El líder de la manada

  No sé si recordaréis a los hermanos Dalton. Eran estos villanos de los cómics de Lucky Luke, una banda formada por cuatro hermanos. Su característica principal era que, cuanto mayor era su tamaño físico, menor era su capacidad mental, de manera que el más pequeño era, por lógica, el cerebro de la banda.

  Bueno, pues por extraño que pueda parecer, en los dos casos en que me he encontrado con bandas criminales formadas por varios hermanos, esta es una regla que se cumple. En uno de los casos, a su diminuta presencia física se unía su extrema violencia y el hecho de ser la única mujer de la familia. Supongo que para sobrevivir entre el resto de miembros de esa infausta camada, la pobre había tenido que desarrollar el instinto asesino. Literalmente. En el otro caso, el tipo es que era malo, malo como el veneno, y el medir metro cincuenta no había hecho sino concentrar la maldad y atraer toda la energía negativa de su alrededor. Era como una enana blanca del mal rollo. Pero enano. Y no muy blanco.

  Aunque ojo, que nadie se llame a engaño. Que fuesen los líderes de su pandilla no quiere decir que fuesen unos Moriartys de la vida, ni mucho menos. Sencillamente, es que hacía falta un líder y, un poco por eliminación (a veces física), habían quedado ellos. Por poneros un ejemplo del nivel, uno de los hermanos/esbirros del segundo individuo amenazó en una ocasión con suicidarse. Como es habitual en estos casos, se le ató de pies y manos a una cama, controlándose su estado cada hora. Pues nuestro amigo había conseguido esconder entre sus ropas un mechero, y, tras liberar una de sus manos, procedió a quemar su colchón en plan protesta. Hay que decirlo, plantar fuego al colchón de la propia celda es una forma relativamente habitual de llamar la atención (léase tocar los cojones al funcionariado), pero hacerlo mientras estás atado al mismo es una radical subida de envite. Resultado de la partida, quemaduras gravísimas, lesiones pulmonares y amputación de una pierna. Espero que al menos, cuando mira hacia abajo y NO se vea una gamba, recuerde lo jodido que puede llegar a ser jugar con fuego.

  En resumen, estaba yo un día supervisando el reparto del desayuno, en el comedor de un módulo, cuando el hermano de menor tamaño del cojo, ya sabéis, el listo de la pandilla, se me acerca y, levantando su brazo derecho cuanto le era posible,  agita ante mi cara un sobao.
  - ¡Mire, funcionario! ¿Le parece normal? ¡Nos queréis envenenar!-
  - Hombre, tampoco será para tanto. Repostería Martínez no es la ostia, pero tampoco están tan malos.- El interno, Caballero de apellido solamente, da un paso atrás de un salto, como si  hubiese recibido una bofetada.
   - ¡Que esto está caducao, cojones! ¿No lo ve?- Cojo el sobao de su mano. Efectivamente, la fecha de consumo preferente expiró hace un par de días. Me meto en la cocinilla y compruebo con los internos encargados del reparto el error: Una de las cajas de sobaos está pasada de fecha. Menos mal que no son todos. Aviso a voces a los internos que están desayunando, y dos o tres se acercan a cambiar su bollería por otra en correcto estado. Le doy a Caballero un sobao nuevo.
  -  Aquí tiene. Gracias por avisarme.- Caballero lo coge con recelo. Le jode que todo haya sido tan fácil. De alguna manera, tiene que hacer algo para que la situación empeore y deje un regusto amargo.
  - Bueno... Vale. Pero que sepa usted que esto se viene repitiendo con demasiada frecuencia, me espeta, subrayando sus palabras con leves sacudidas de sobao.
  - Vaya, lo siento. De todas formas, sepa usted que tenemos un libro de reclamaciones a su disposición.- Caballero me mira sorprendido.
  - ¿Lo tienen?-
  - No.-
Me mira, aprieta los dientes, y se marcha dando grandes zancadas.



Dos o tres días después, estoy supervisando la entrega de metadona. Caballero llega el último, para evitar hacer cola, y tras tomar su dosis diaria, recoge una colilla todavía humeante que otro drogodependiente había desechado momentos antes.
  - ¡Oiga!- le digo - ¿no estará caducada, esa colilla?-
Caballero da un respingo. No me había visto. Me mira con ojos llenos de ira, da una larga calada, y tras tirar la colilla al suelo, se marcha dándome la espalda y echando hacia atrás su melena. Como una novia despechada.

Pues vaya.
 

 


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