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Mostrando entradas de noviembre, 2019

El sustituto II

  La interrupción disgustó a Eulogio. Todas las interrupciones lo disgustaban, igual que lo disgustaba el futuro, y varias cosas más. Pero esa interrupción lo disgustó especialmente.   Por la puerta entró Aquilino, el Subdirector de Tratamiento. Otro 'joven advenedizo', a su modo de ver, y eso a pesar de que Aquilino ya pasaba de los cuarenta. Un advenedizo, además, que unía a esta poco deseable característica la de haber entrado en Instituciones Penitenciarias directamente como psicólogo -sin haber, por tanto, pisado nunca un patio ni vestido el uniforme del Cuerpo- y, sobre todo, la de ser el superior inmediato de Eulogio. Eulogio lo despreciaba profundamente, y si ese desprecio no era correspondido en la misma medida se debía simplemente a que, como suele pasar entre mandos y subordinados, los primeros suelen pasar bastante de los segundos.   Y no venía sólo. Tras él entró un chaval , que ni siquiera alcanzaba la categoría de advenedizo. Eso era un puto 'hippie'.

El sustituto I

 El tiempo pasaba despacio en el despacho de los educadores. Eulogio, el más veterano de entre ellos, permanecía recostado en su silla con la mirada perdida en una estrecha grieta del techo. No era mayor que un cabello humano, pero en el techo blanco y casi recién pintado, destacaba como una trinchera en un campo nevado. 'Construyen como el culo', pensó. 'Alguien se lo ha llevado calentito'. Aquel centro penitenciario no llevaba ni seis meses en funcionamiento, y ya empezaban a notarse lo que a su juicio eran imperdonables deficiencias constructivas.   Eulogio se removió en su silla, molesto ante lo injusto de la vida, una vida en la que cualquier trepa semianalfabeto podía especular en el mundo de la construcción pero en la que él, un veterano de instituciones penitenciarias con casi treinta años de servicio, se tenía que contentar con un sueldo de mierda. Pero se removió con cuidado. Sus casi ciento treinta kilos no le permitían grandes alardes, y la silla, una sil