Jugando al ahorcado II

Cuelgo la chaqueta en el perchero y, con una revista bajo el brazo y la llave del baño en la mano, me dispongo a salir de mi oficina. Mi compañero me pregunta a donde voy. No sé que será menos violento, si decírselo de viva voz o hacerle un dibujo.

  En ese momento, suena la alarma de una de las celdas del módulo de aislamiento. El baño tendrá que esperar. Hilario -el Jefe de Centro-,  y yo nos ponemos en marcha. En menos de un minuto estamos allí, entramos por el pasillo de celdas y, al lado de la puerta abierta de una de ellas, vemos a Gerardo, el funcionario Encargado del Módulo. Está apoyando la espalda contra la pared, y se tapa la mano con la boca para intentar disimular sus carcajadas. De momento no ha tenido mucho éxito en ello, y la voz que pide ayuda  desde la celda abierta a su lado suena a la vez suplicante y ofendida.
 Nos asomamos a la estancia. Villaza está de pie, y de su cuello cuelgan unos cordones blancos, anudados a la reja de la ventana. Inteligente. Primera regla cuando quieres ahorcarte pero en realidad no: Si mides dos metros, ata la soga a una altura de un metro setenta.  En cuanto nos ve, afloja las rodillas de repente, los cordones se tensan, y se queda colgado. O eso parece.
  Hilario y yo sacudimos la cabeza, aburridos. Damos un par de zancadas hacia Villaza, que con las rodillas flexionadas, saca la lengua y hace una especie de gárgaras chungas, como si se estuviese asfixiando. Pero no se está asfixiando porque, y aquí viene la segunda regla para cuando quieras ahorcarte pero en realidad no, el nudo corredizo no corre. Los cordones están tensos por el peso, pero entre el cuello de Villaza y la parte de cordón que lo rodea te cabría de sobra el cuello de otro idiota, o de dos más incluso. Entre mi compañero y yo lo agarramos  por la cintura de los pantalones, y de un tirón lo ponemos en pie de nuevo. Lo miramos, intentando poner cara de padre enfadado sin romper a reír.  

 - ¿Se puede saber qué cojones haces?-
 - Me voy a quitar la vida, funcionario.- Dice, medio sollozando. Yo creo que porque se ha dado cuenta de que no nos lo tomamos en serio.
 -¿Que te vas a qué? - espeta Hilario- Pero si ese nudo ni siquiera aprieta, ¿que crees, que somos gilipollas?-
Villaza se envara, ofendido.
 - ¿Como... como que no aprieta?- Y tira con los dedos del nudo, mientras se deja caer de nuevo. Y ahí comete un error. Porque con el tirón de sus manos mas el peso de su cuerpo, el nudo sí que corre sobre el cordón, y para su sorpresa, de repente se queda sin aire. Villaza se pone en pié  de un salto, pero eso no afloja la presión porque, no lo olvidemos, el nudo no era corredizo. Se está empezando a poner rojo, y sus jadeos suenen ahora mucho más realistas.
 Hilario y yo intentamos aflojar el cordón, pero está prieto como el tanga de un luchador de sumo, y no hay manera de meter un dedo entre la soga y el cuello. Gerardo se asoma a la puerta y ve el percal.
- Joder, ¿Que pasa ahora?-
-  ¡Rápido, consigue un cuchillo o algo!-, gritamos a la vez Hilario y yo.
- ¿Y de donde saco yo un cuchillo en un talego?- Villaza está de un tono morado morcilla, y sus jadeos se han convertido en estertores. Por suerte, un interno de ordenanza que estaba allí por si había que echar una mano, corre a su celda y nos presta su cortaúñas. Cortamos el cordón, y Villaza cae al suelo, pasando del morado al blanco cerúleo en menos de un segundo. Nosotros no debemos tener mucha mejor cara.

  Salimos en silencio de la celda. Villaza está sentado en silencio en el suelo, hecho un ovillo. Gerardo se dirige a el.
- Voy a buscar al médico para que te reconozca. Intenta no hacer el gilipollas durante diez  minutos seguidos, por una vez en la vida.-
 Villaza ni siquiera levanta la cabeza. Creo que está llorando.

Y yo tengo que ir al baño.


  

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