Hotelito III

   El interno, o quizá debería decir el aspirante a interno - que ya son ganas de aspirar a algo- se explayó en su relato. La semana le había cundido, era de justicia reconocerlo, y sin llegar a haber cometido ningún delito (o sí, pero se cuidó mucho de contarlo) había hecho más en siete días de vorágine que lo que muchos hacen en una vida de contención. O incluso en una vida de moderados excesos.
  A pesar de llevar un tiempo conviviendo con el mundo de las drogas, aquella mañana conocí la existencia de un par de sustancias alteradoras de la percepción que me eran completamente ajenas, y otros dos o tres usos nuevos para otras que ya conocía. También descubrí un par de prácticas sexuales aberrantes que no me habría importado seguir ignorando, y una que me hizo bastante gracia. Pero este no es el momento de compartir ninguna de ellas. Quizá nunca lo sea.
 Jorge seguía sentado ante él, asintiendo impávido con la cabeza sin parecer prestar atención como lo haría un psicoanalista barato, o un perro de esos de adornar la bandeja trasera de un coche.
 Finalmente, el relato terminó, y nuestro visitante se echó hacia atrás en su silla, con una amplia sonrisa de satisfacción. Orgulloso de sus proezas, podríamos decir, y quién sabe si esperando un aplauso, o un viril 'ahí, tío, con dos cojones'.
 Jorge le premió con un sonoro bostezo y se frotó los ojos, dejando claro la impresión que la vida y milagros de nuestro amigo aquella semana loca habían causado en él. El visitante dejó de sonreir, molesto.

  - Bueno,- alcanzó a decir Jorge tras un segundo bostezo, más breve que el primero- me ha contado usted muchas cosas. Pero hay algo que me sigo preguntando, y es casi lo mismo que le pregunté hace un momento. ¿Por qué cojones no se incorporó en el Victoria Kent, que es donde tenía que hacerlo?.- El visitante no tardó en contestar.
 - Bueno, sí que me incorporé. Pero me dijeron que me fuese de allí.- Jorge abrió los ojos de par en par. Aquello sí que había captado su interés, y no los usos que se le pueden dar a una baguette calentita rellena con vaselina. Que son muchos y dispares, por cierto.
 - ¿Cómo es eso?.- Casi gritó, echando la cabeza hacia adelante. El visitante se echó atrás, para mantener la distancia, o seguramente por el susto.- ¿Cómo que le dijeron que se fuera?-
 - Pu... Pues si.- Respondió, vacilante.- Me presenté en la puerta hoy a primera hora de la mañana, y salió un Jefe de Servicios que me dijo que mejor me presentase aquí. Que, como había quebrantado condena, me iban a tener que encerrar provisionalmente mientras no me regresasen de grado. Que no tenían celdas para pasar el día, que ahí iba a estar mal. Y que ya para estar ahí mal y puteao esperando a que me cundaran a un talego, que mejor me presentase yo en un talego bueno y ya me quedase ahí.-
  Jorge se levantó apenas el visitante acabó de hablar, y sin abrir la boca se dirigió hacia mi cabina. A mitad de camino, sin embargo, una idea atravesó su mente. Se giró, miró a los ojos del visitante, y le preguntó:
  - El Jefe de Servicios que le atendió, ¿cómo se llamaba?.- El interno meneó la cabeza lentamente a un lado y a otro, negando involuntariamente antes aún de contestar.
 - No lo sé, señor funcionario. No me lo dijo. O no me acuerdo.-
 - ¿Era un tipo de unos sesenta años, alto y barrigón?.¿Con una nariz colorada de borracho?.-
 El visitante asintió antes de hablar. Su cuello era a todas luces más rápido que su lengua.
  - Si. Era así como dice usted, don.- Jorge asintió a su vez, satisfecho al comprobar que tenía razón, e hizo una última pregunta.
  - ¿Y por qué vino usted a este talego en vez de regresar a Segovia, si se puede saber?.- El visitante contestó rápidamente. Estaba claro que esa se la sabía, o que estaba deseando soltarla.
  - Su compañero me dijo que aquí se estaba de puta madre. Que el patio era tranquilo, que había chabolos individuales para todos, y que la comida es la mejor de todos los talegos del centro de España.- Terminó y sonrió con orgullo, como un escolar que acaba de recitar de memoria los ríos de la vertiente cantábrica y espera una palmadita en la espalda. No la recibió.
 Jorge continuó su camino hasta mi cabina. Entró sin decir nada, cogió el teléfono y marcó el doble cero que permitía hacer llamadas al exterior. En cuanto escuchó tono, marcó un número.

  - ¿Señor Director?. Soy Jorge.-
  - (...).-
  - Si, viene del Victoria Kent. Y sí, lo manda el gilipollas de siempre.-
  - (...).-
  - Vale. Sí, lo que hablamos antes. Muy bien. Hasta luego, señor Director.- Jorge colgó el teléfono.

 - Acabo de hablar con el director.-
 - ¡Qué me dices!.- Contesté, exagerando mi cara de sorpresa. Jorge ignoró mi sarcasmo.
 - Dice que está hasta la polla de que Uribarri nos mande a todos los que intentan ingresar en fin de semana para ahorrarse trabajo. Que eche al tipo éste de aquí, y que se lo mande de vuelta.-.
 - Ah... ¿Y no deberíamos detenerlo?. Está en busca y captura.- Jorge resopló. Estaba empezando a hartarse.
 - ¿Vas a detenerlo tu? ¿Te ha dado por currar, así de golpe?.- Me dejó cortado un momento, la verdad.
 - No, pero no creo que debamos dejarlo irse así, sin mas.- y podía haberlo dejado aquí, pero tuve que añadir la coletilla.- Además, nunca he detenido a nadie, y este es uno de los casos en los que podemos hacer de Policía Judicial y detenerlo. ¿No?. Lo recuerdo de la opo, la Ley de Enjuiciamiento Criminal creo que es.- Jorge levantó una ceja.
 - En efecto. El artículo 283. Puedes hacer una detención si una persona se presenta voluntariamente a cumplir una pena.- Hinché el pecho, orgulloso. Por poco tiempo. - Pero el Director ha dicho que a la calle. Y menos mal, porque me va a ahorrar el bochornoso espectáculo de verte leerle sus derechos al tipo éste, como si estuvieras en una peli americana.- Yo no sé qué estudia esta gente en el curso de Jefes de Servicio, pero debe haber fijo una asignatura de 'cortar el rollo al funcionario genérico', porque se les da de puta madre.
 - Ya sé que no se le leen los derechos a un detenido. Se le da un pescozón y se le dice 'se te va a caer el pelo, gilipollas'.- Jorge soltó una carcajada, y contestó mientras salía ya por la puerta:
 - Se ve que también te gusta el cine español.-

  Fuera, en el 'hall' de acceso, Jorge y el aspirante a interno intercambiaron un par de frases. Jorge me hizo una señal para que le abriese la puerta electrónica del exterior e indicó al visitante que saliera. Al final, y ante las reticencias de éste, lo acompañó con el brazo hasta la salida, casi empujándolo para obligarlo a marcharse. El tipo no daba crédito, se le veía en la mirada. Y por último, se cerró la puerta tras él, y Jorge volvió a entrar en mi cabina.

 - Hijo de puta, Uribarri. Pues éste se lo va a comer él.- Jorge se frotaba las manos, satisfecho. Yo no las tenía todas conmigo, os digo la verdad.
 - Vale, se lo va a comer él. Pero, ¿y si el tipo éste la lía de camino allá, o si directamente no reingresa?.-
 - Hombre, tampoco es así. En cuanto me llamaste a Jefatura, hice dos llamadas. Una al Director, para informarle de la novedad, y otra al cuartel de la Guardia Civil, para que mandasen una patrulla a la puerta del Centro y detuvieran al primero que saliese por la puerta.- Sonrió, malévolo. - La Guardia Civil lo identificará, comprobará que está en busca y captura y procederá a detenerlo. Y cuando vea desde qué Centro Penitenciario se le ha declarado como no presentado, lo llevará allí... Y el jeta de Uribarri, que ya es la quinta vez este año que me encaja un caco en fin de semana, se lo tendrá que comer, porque a la fuerza conductora le va a tener que firmar un recibo conforme se hace cargo del detenido para ponerlo a disposición judicial.- Terminó, frotándose las manos.

 Fuera, en la calle, que no estaba a más de ocho metros en línea recta de donde estábamos nosotros, se escuchó de repente una sirena y a dos o tres hombres manteniendo una conversación digamos que animada. Un minuto más tarde, la sirena fue disminuyendo el volumen de su sonido hasta desvanecerse por completo. Y se hizo el silencio. Duró un rato.

   - Bueno,- se decidió Jorge  a hablar - me vuelvo a Jefatura. Dentro de poco será la hora de comer.- Asentí en silencio. Pero no pude dejarlo marchar sin soltar una tontería.
  - Oye, Uribarri nos hace una publicidad de puta madre. Patios tranquilos, alojamientos individuales. Buena comida... Sólo le falta anunciarnos en TripAdvisor.- Jorge, ya con la mano en el pomo de la puerta, sonrió.
  - Pues sí... Pero viendo como trato a los clientes, nos van a a puntuar como el culo.-

Y salió.













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