Hotelito II



  En la oficina de Jefatura Jorge, el Jefe de Servicios de guardia aquel sábado, mascaba con desgana un bocado de fiambre de pavo mientras miraba el tarro de queso 0% con el que lo estaba acompañando. La dieta estaba acabando con sus kilos y con su ánimo de vivir al mismo tiempo, y por una vez, quizá la primera en su vida, no le molestó que el teléfono interrumpiera su almuerzo.

 Me escuchó, me dijo que salía en cinco minutos a hacerse cargo del problema, y colgó. Luego volvió a contemplar los manjares que el doctor Dukan había tenido a bien permitirle consumir, y no tardó en decidirse. A tomar por culo el almuerzo. Hizo un par de llamadas telefónicas, guardó la comida -'Si es que a esto se le puede llamar comida', pensó- en la neverita del despacho, y salió a puerta.

  Abrí la puerta electrónica de acceso a la cabina de rastrillo pulsando el botón correspondiente, y Jorge entró en el habitáculo. Fue al grano.
           - Bueno, ¿que pasa aquí?.-
           - Pues que ha venido un tipo que quiere ingresar. Dice que está en busca y captura.-
           - ¿Te ha enseñado el mandamiento judicial o algo?.- Buena pregunta, pensé. Casi me pilla en un renuncio. Casi.
         - No. Pensé que de todas formas ibas a tener que venir. Así que pasé de preguntarle nada, porque para tener que luego repetírtelo a ti, mejor ya te cuenta la historia él. ¿No?.- Jorge me miró, suspicaz. Si, había conseguido escurrir el bulto. Pero los dos sabíamos que él se había dado cuenta.

        - Venga,  ábreme la puerta del 'hall', que voy a hablar con él.- Pulsé otro botón electrónico, que en este caso abría la puerta que daba a la sala de espera de comunicaciones. Jorge asomó medio cuerpo, sin llegar a salir del todo para impedir que la puerta se cerrase tras él, y llamó a nuestro visitante. No tardó en entrar, y Jorge le hizo pasar a la sala de recepción de visitas.
  Un sitio bastante cutre, no os vayáis a creer. Es un cuarto más o menos rectangular, de unos veinte metros cuadrados y pintada de gris mediocridad, con tres puertas. Una da acceso al rastrillo de control de entrada, donde estaba yo. Otra, a la sala de espera de visitantes, por donde entró el sujeto. Y la tercera ya es la de entrada al recinto de la prisión. La cuarta pared está ocupada en su totalidad por un armario de taquillas, del estilo de las de un supermercado. Funcionan con un euro, y sirven para que las personas que vienen a comunicar del exterior dejen los objetos que traigan y que no estén permitidos en el interior. Móviles, 'tablets', cualquier tipo de arma, dinero en efectivo... Hasta tarjetas de crédito y comida. Todo eso, y muchas cosas más, están prohibidas intramuros.
     Además, en el cuarto hay un arco detector de metales, un par de sillas para que los visitantes se puedan sentar y descalzarse si es necesario revisar su calzado, y una mesa para que puedan dejar bolsos y demás objetos que hayan de ser cacheados. Y ya está.
   Jorge solicitó a nuestro visitante que dejase todos sus objetos metálicos encima de la mesa. Luego le hizo pasar por el arco y, tras comprobar que no pitaba, puso una silla junto a la mesa, se sentó, y le invitó a hacer lo mismo. Yo me asomé a la puerta de mi habitáculo, un poco para que el extraño viese que Jorge no estaba sólo, y un mucho porque tenía ganas de cotillear.

            -Bueno,- comenzó Jorge- usted dirá.- El visitante dudó antes de empezar a hablar, pero finalmente se decidió.
             - Vengo a ingresar...- Jorge afirmó con la cabeza, comprensivo.
             - ¿Tiene usted un mandamiento judicial?.- El recién llegado negó con la cabeza. Jorge separó las manos con las palmas hacia arriba, como esperando una explicación.
             - ¿Y entonces...?- El hombre suspiró, resignado.
             - Estoy en busca y captura. Salí de la cárcel de Segovia en autogobierno el viernes de la semana pasada, y tenía que haberme presentado el lunes es el CIS de Madrid, en el Victoria Kent.- Se quedó callado un momento. Las salidas en autogobierno cuando se pasa a tercer grado penitenciario son la forma más habitual de traslado. El interno sale un viernes y se presenta en el Centro de Inserción Social donde se le ha destinado el lunes. Así, disfruta de un fin de semana de permiso y el estado se ahorra organizar una conducción mediante la Guardia Civil. Y no, no se suelen escapar los internos. Tened en cuenta que al CIS se va destinado en tercer grado, lo que supone que pasan sólo la noche encerrados, y que por el día están en la calle. Podrían escaparse cuando les diera la gana, y por eso no lo hacen. Pero este caso era una excepción...
Jorge terció.
         - Y no se incorporó.-
         - Y no me incorporé.- Admitió.
         - ¿Y por qué no se incorporó?.- El visitante se encogió de hombros, y se permitió una sonrisa pícara.
         - Bueno, me encontré con unos colegas en la plaza de Tirso de Molina. Y me invitaron a un porrito, y una cosa llevó a la otra, y ya sabe, señor funcionario.- El visitante guiñó un ojo, buscando su complicidad. Jorge asintió, aparentemente comprensivo pero sin variar su expresión aburrida. No había más que verlo, a Jorge, con su calva, sus gafas, sus cincuenta y pico tacos y sus quince quilos de más para darse cuenta que era la clase de persona capaz de abandonar todos sus deberes durante una semana para ir por ahí a fumarse chinos en Malasaña sin ningún tipo de complejos. Pero de alguna manera, alguna errónea manera, nuestro nuevo amigo se sintió comprendido, sintió que Jorge compartía sus aficiones, y siguió contando sus aventuras de aquella semana durante veinte minutos más.





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