Tráfico interno



  Aquel domingo, porque era un domingo, y eso es importante, porque si no hubiera sido un domingo nos hubiéramos ahorrado todo lo que pasó después, me tocó cachear. Me acompañó Vanessa, y no porque realmente hubiese mucho que cachear, sino porque Vanessa era una joven funcionaria en prácticas y Jorge, el jefe de Servicios de guardia aquel domingo, decidió que era un buen momento para que un veterano como era yo le enseñase los dos o tres trucos del oficio. Los que que diferencian un cacheo competente de simplemente alborotar un petate. Porque era domingo, entre otras cosas, y había poco trabajo en la prisión y el Jefe podía permitirse el lujo de poner a dos funcionarios a hacer el trabajo de uno sólo.

  Y realmente no había mucho que cachear, pero era importante hacerlo, y hacerlo bien. O al menos que pareciese que lo habíamos hecho bien. Aquel domingo sólo regresaba un interno de permiso, porque los internos intentan conseguir que sus permisos acaben los lunes para disfrutar así del fin de semana. Pero, por supuesto, pueden solicitar disfrutar sus permisos en las fechas que crean conveniente. Y cuando Rubirrosa, que así era como se apellidaba el interno - y que es un apellido precioso, una paradoja en un hijo de puta como era él- solicitó salir a disfrutar su permiso de seis días el lunes para así incorporarse el domingo por la mañana, nadie en la Junta de Tratamiento hizo ninguna pregunta, y se lo concedieron sin más. Porque, en el fondo, tampoco había ningún motivo por el que no dárselo.

   Y no lo hubo hasta un par de horas antes  de que entrase por la puerta del Centro Penitenciario, a tiempo apenas para organizar su recepción. Montenegro, otro interno con un bonito apellido pero con un feo historial, solicitó una audiencia con el Jefe de Servicios aquel mismo domingo, justo después de desayunar. Y le contó muchas cosas sobre Rubirrosa, porque Montenegro no solo compartía módulo (el cinco) con él. También compartía nacionalidad (ambos eran dominicanos) y celda y se rumoreaba que, durante algún tiempo, incluso habían sido compañeros de cama.
   Aunque, por encima de todo lo que les unía, que era mucho, había algo que les separaba. Algo importante, que había acabado propiciando que su bonita relación de amistad (y algo más, se rumoreaba) derivase en un enfrentamiento abierto.
Ambos intentaban dominar el  mercado del hachís dentro del patio del módulo 5, que era como decir de todo el talego , porque los otros departamentos eran pequeños y dependían del 5, el principal.

En un principio llevaban el negocio juntos. Montenegro estaba autorizado a salir de permiso en ocasiones, pero Rubirrosa no. Montenegro, así, se encargaba de meter el material, y Rubirrosa de distribuirlo por la prisión y cobrar las deudas. El equipo funcionó a la perfección casi un año, hasta que Rubirrosa pasó a conseguir salir a su vez de permiso, y se dio cuenta de que no necesitaba a Montenegro para nada. Al menos, para nada 'profesional'.
Y así, tras salir de permiso un par de veces, Rubirrosa se había hecho con sus propios contactos en el exterior, y había empezado a pasar su propio material. Montenegro no se había quedado atrás, encargándose a su vez de vender su propia mercancía, y poco a poco, gracias al exceso de oferta, el módulo 5, y toda la prisión con él, se había impregnado de un dulzón olor a zoco (o a instituto, que yo en un zoco pocas veces he estado, pero en un instituto sí. Y en aquellos días, un paseo por el patio del 5 era para mí un viaje por la memoria de mi juventud).

  No hace falta decir que al Director del Centro aquello no le estaba haciendo gracia, y en la frecuencia de los cacheos en las celdas y a internos al azar había aumentado exponencialmente. Pero más allá de unos cuantos porros incautados, y un par de 'pinchos' que detectamos como efecto colateral, la cosa había dado poco resultado. Necesitábamos un chivatazo. Y el chivatazo llegó, como siempre, de manos del único que está siempre descontento cuando la venta de drogas en el patio está funcionando bien.
El camello beta. El aspirante.


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