Malas decisiones



    Aproveché que había dejado de llover para salir a fumar un pitillo a la puerta del módulo de aislamiento. A través del claro en el cielo se escapaban algunos rayos del sol de la mañana, clavándose en los ojos como agujas. Pero el viento empujaba con rapidez el claro hacia el interior, y las nubes negras que se acercaban desde la costa no daban motivos para el optimismo. La calma iba a durar poco. Así fue. Y ni siquiera hizo falta esperar a la lluvia.

  Apenas llevaba un par de caladas cuando percibí un movimiento en la calle que unía el patio principal con el módulo en el que yo estaba de servicio esa mañana. Era un interno, que avanzaba mirando al suelo con ritmo irregular seguido de cerca por dos de mis compañeros. El  tipo era de estatura media, pero los dos funcionarios, que no bajaban del metro noventa, lo hacían parecer pequeño. Cada vez que su paso dudaba o se hacía más lento, una mano se apoyaba en su hombro y le ayudaba a recuperar el ritmo. Llegaron a donde yo me encontraba y pasaron al interior del módulo sin decir hola.

  - ¿Tienes alguna celda vacía?, me preguntó uno de ellos. Era Luis, que ese día estaba de Encargado del módulo uno.
  - Si... Todas las que tienen el mango del cerrojo hacia arriba están vacías.-

  Se detuvieron frente a la primera y, mientras Luis ponía una mano encima del interno para evitar que siguiese andado, Félix, el otro funcionario, abrió la puerta y pasó al interior de la celda. Echó un rápido vistazo al interior, y nos indicó que entrásemos con un movimiento de cabeza.

 - Jaime, vete a por los guantes de látex.- Me encargó Luis. Cuando volví al cabo de un momento, el interno estaba en ropa interior y sentado al borde de la cama. Luis cogió un par de guantes y le entregó otro a Félix. Yo me puse unos también, y empezamos a cachear sus ropas. Luis procedió a continuación a revisarle el pelo, largo y canoso. A veces hemos encontrado cuchillas escondidas en la cabellera de los internos. A veces droga... Yo que sé. Cosas increíbles. Mientras hacía su tarea, me fijé en que al interno perdía bastante pelo.

  - Oiga, eso no es normal. Debería consultar al médico.- Le dije. El interno no me miró. Luis sí. Por primera vez desde que llegaros se cruzaron nuestras miradas, y noté que estaba muy enfadado. Y cansado a la vez, cansado de pelear continuamente con los internos. Muchas veces lo de pelear es en sentido figurado. Aquel día no lo era.

  - Lo hemos tenido que sacar de la celda agarrándolo por los pelos, y por donde hemos podido. Entre cuatro. Y le ha dado una paliza a Raúl. Le están atendiendo en enfermería.-

  Raúl era otro compañero. Llevaba más de treinta años en 'la empresa', y había estado en situaciones que harían parecer 'Celda 211' una comedia romántica. Pero lo que más le había afectado era su reciente divorcio, y que hubiera sido por una infidelidad de ella y en un pueblo pequeño como era el que alojaba la cárcel no había hecho las cosas más fáciles. Raúl venía a trabajar sobrio y se iba sobrio, pero esa era la única ocasión de verlo así que ibas a tener. Más de una vez habíamos tenido que acompañarlo a casa tras encontrarlo en la calle, haciendo eses.

  El caso es que aquella mañana le había tocado a Raúl revisar una galería tras la salida de los internos. Esto lo hacemos diariamente, tanto para comprobar que las celdas quedan en orden y limpias como para asegurarnos de que ningún interno se queda escondido para evitar bajar al patio. Al abrir la puerta del 'chabolo', se encontró con este tipo, que había decidido quedarse arriba porque según dijo, afuera llovía mucho. Y porque no le salía de los cojones bajar. Raúl le ordenó salir de nuevo, y Cabrera, que así se apellidaba el interno, le espetó que ya que tanto interés tenía, que entrase a sacarlo. Si tenía huevos. Y entonces Raúl, quizá porque estaba ya harto de muchas cosas, quizá porque aquel día toda su experiencia no le salió al encuentro, hizo lo que no hay que hacer nunca, y entró. Ya sabéis el resto.

  Cabrera todavía se quedó con nosotros más de una semana, en su nueva celda del módulo de aislamiento. Fue el tiempo que tardaron desde la Dirección General en encontrarle un hueco en otro Centro Penitenciario. Es este módulo, y por orden del Director, los internos sólo tenían autorizado adquirir en el economato café y tabaco, un poco por castigo y un poco porque cuando has visto una vez los efectos que causa en la carne humana la tapa de una lata de atún bien afilada, no quieres  verlos otra. Nuestra pequeña venganza consistió en permitirle comprar todo el tabaco que quisiera, pero no autorizarle a tener un mechero. Porque, ¿quien sabe lo que podría hacer con un mechero?. Podría quemar cosas. Podría autolesionarse.


  O morir de cáncer.




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