El sustituto I



 El tiempo pasaba despacio en el despacho de los educadores. Eulogio, el más veterano de entre ellos, permanecía recostado en su silla con la mirada perdida en una estrecha grieta del techo. No era mayor que un cabello humano, pero en el techo blanco y casi recién pintado, destacaba como una trinchera en un campo nevado. 'Construyen como el culo', pensó. 'Alguien se lo ha llevado calentito'. Aquel centro penitenciario no llevaba ni seis meses en funcionamiento, y ya empezaban a notarse lo que a su juicio eran imperdonables deficiencias constructivas.
  Eulogio se removió en su silla, molesto ante lo injusto de la vida, una vida en la que cualquier trepa semianalfabeto podía especular en el mundo de la construcción pero en la que él, un veterano de instituciones penitenciarias con casi treinta años de servicio, se tenía que contentar con un sueldo de mierda. Pero se removió con cuidado. Sus casi ciento treinta kilos no le permitían grandes alardes, y la silla, una silla también nueva pero que ya llevaba soportando una pesada carga durante demasiadas semanas, había empezado a mostrar signos de debilidad en forma de lastimeros crujidos.

 Estiró los brazos, abriéndolos en cruz. Sintió un liberador chasquido en su espalda, y finalmente apoyó los codos en la mesa de oficina y observó su espacio de trabajo. Una taza con el escudo del Atlético de Madrid, llena de bolígrafos, lápices y clips esperando un segundo uso. Una pila de expedientes de internos, en carpetas de cartón marrón. Y a su derecha, un poco apartado, un ordenador. Un PC, como lo había llamado el joven advenedizo - 'menuda redundancia, lo de joven advenedizo', pensó divertido- que se lo había instalado un par de semanas antes.
  El joven había intentado describir las características del aparato, pero la mirada que le dedicó Eulogio, la misma con la que dejaba paralizados a los internos antes de asestarles una colleja a mano abierta allá por los años setenta, le invitó a no continuar con su charla. - Es el futuro... - balbuceó, un poco a modo de defensa. Sin éxito. Con ver enrojecer la cara del funcionario, se dio cuenta de que para Eulogio  el futuro era sólo un mal imprescindible para poder disfrutar de un presente, y únicamente tolerable si no venía acompañado de innovaciones. 'El futuro...' pensó Eulogio con disgusto, y suspiró como sólo él o una morsa en celo sabían suspirar.

  Alargó la mano y apretó el botón de encendido del aparato, usando para ello el conjunto total de sus conocimientos de informática. La UCP chisporroteó, un par de luces se encendieron y apagaron varias veces hasta que una de ellas se quedó fija, y la pantalla se iluminó por fin. En el monitor, sobre un fondo de cielo con nubes, ondeaba una especie de banderola de colores. 'Windows 95' leyó Eulogio para sí, y  se quedó quieto unos segundos, contemplando el milagro de la informática en toda su gloria.
 Y así, de improviso, una idea asaltó su mente. Se sorprendió de que no se le hubiera ocurrido antes, pero a la vez se felicitó a si mismo por su sagacidad. Seguro que Pilar no se había dado cuenta de eso, a pesar de que ella lo tenía también ahí, en su ordenador. Delante de sus narices. Se lo iba a decir.

 - ¡Pilar!- dijo en voz alta.  Pilar estaba a unos tres metros a su derecha, frente a  otra de las mesas de despacho que amueblaban la dependencia (en total había cuatro mesas, una por cada educador de los cuatro que formaban la plantilla de aquel centro. Pero en aquel momento faltaban dos, uno que estaba de baja y el otro pasando entrevistas a sus internos). Mas, a pesar de la cercanía, Pilar no le hizo ni caso.
 -¡Pilar!- Repitió, algo más alto esta vez. Sin resultado. Pilar seguía a lo suyo, leyendo un expediente, pasando de él y moviendo la cabeza a golpecitos, a un lado y a otro. Eulogio se percató del problema: Pilar estaba escuchando su walkman, como casi siempre hacía mientras revisaba expedientes. Así que cogió un trocito de goma de borrar de la taza que le hacía las veces de portalápices, y lo tiró bombeado hacia la mesa de su compañera. Cayó justo en medio de los papeles que ésta estaba examinando. Blanco.
 - ¿Pero tu estás tonto o qué?- Gritó ella, dando un respingo. Eulogio casi se cae de la silla de la risa.
'Este tipo es subnormal', pensó Pilar para sí. 'Subnormal profundo'.
 Sólo llevaba de educadora unos seis meses, exactamente desde que la cárcel había sido inaugurada, y ya se estaba arrepintiendo de haber solicitado el puesto. Porque estar en el módulo de mujeres de una prisión no es fácil, nadie puede decir que lo sea. Y ella se había pasado diecisiete de sus cuarenta y dos años en varios módulos de mujeres, a lo largo y ancho del país. Pero una cosa es vigilar a las presas, y soportar sus continuos cotilleos y trifulcas, y sus 'señorita' por aquí y 'señorita' por allá, y otra cosa era esto. Porque en el módulo de mujeres no hay hombres... Y menos hombres como éstos, que casi ya no los había ni en la calle. Miraditas, condescendencia. En una ocasión, uno de la oficina se rozó 'accidentalmente' contra su trasero, cuando ella se había agachado a coger una chocolatina de la máquina expendedora. La mirada que le había echado Pilar le había disuadido de volver a hacerlo, y el tipo en cuestión ya no le decía ni 'hola' para saludarla. Mejor.

  Pilar se quitó los auriculares y pulsó el botón de pausa en el cassette. 'Bendito aparato', pensó, que la libraba de tener que escuchar a aquellos palurdos. Se giró hacia Eulogio, que a duras penas había dejado ya de reírse, y le invitó a hablar.
- ¿Qué coño quieres?.- Eulogio levantó el índice de la mano derecha, como si fuese a dar una lección de algo, y lo soltó.
 - ¿A que no te habías dado cuenta de una cosa?- e hizo una pausa dramática. Pilar puso cara de aburrimiento, y Eulogio continuó - ¿Sabes que el simbolito ese de colores que sale en la pantalla cuando enciendes el ordenador no es una bandera?. Es una ventana. Windows, en inglés.- Y se quedó mirándola, asintiendo lentamente. A Pilar casi se le cae la mandíbula hasta la mesa. 'Dios mío,' pensó, 'es tonto. Pero tonto de verdad. Tonto de baba.'
 Y apunto estuvo de decir en voz alta lo que pensaba, pero justo en aquel momento, la puerta del despacho se abrió, y la conversación quedó interrumpida definitivamente.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El día del juicio

Próspero año nuevo

Same energy