Artes plásticas

  Alfonso, como os contaba ya en la entrada anterior, permanecía con los brazos en jarras y balanceándose sobre sus pies adelante y atrás. Sólo le faltaban la gorra de plato y la porra para completar su imagen de poli de los dibujos animados. Y observaba con divertida atención un folio que colgaba de la pared, adherido con celo. Me acerqué y me situé a su lado, a ver de qué iba el rollo.

   Sobre el blanco del papel resaltaba la figura de un Cristo portando su cruz. Para ser más exactos, lo que destacaba no eran el Cristo, ni la cruz. A pesar de que deberían ser los elementos protagonistas de la escena, aparentaban haber sido dibujados con la falta de precisión e interés de un niño que de mala gana tiene que entregar una tarea para el colegio, una tarea que no le interesa y cuya realización ha demorado hasta el último momento. No, el Cristo y la cruz no destacaban.
  La sangre sí. Y  los detalles morbosos. Coronas de espinas clavándose en la carne, rodillas desolladas. El lienzo que en este tipo de representaciones cubre a Jesucristo se veía muy reducido de tela, como una versión de verano de sí mismo. Más que túnica palestina semejaba ya pareo de bañista de Sitges. Y allí donde llegaba a cubrir algo, se pegaba mucho a la piel. No dejaba demasiado a la imaginación.
  
    - Alguien debería decirle al autor que la lycra es un invento bastante reciente.- Dije, para romper el hielo. Alfonso dejó escapar una risita.
    - A mi me gusta el látigo. Que precisión en el dibujo, que afán por el detalle. Me preocupa que, si este dibujo lo ve alguien de fuera, malinterprete la obsesión de Quispe por ese instrumento y crea que aquí torturamos a la gente.- Tenía razón. En la parte gruesa del látigo, se podía incluso entrever el trenzado de las tiras de cuero. Un magnífico ejemplo de detallado. De la figura que lo empuñaba, sin embargo, no se podía decir lo mismo.
  - ¿Qué es eso con la cresta roja, una Drag Queen punk?-, pregunté.
  - Un legionario...- Achiné los ojos para ver si se me aparecía la imagen, un poco como se hacía con aquellas imágenes 3D tan de moda hace unos años. Se me puso cara de Melania Trump, y Alfonso se vio en la necesidad de echarme una mano.-... Un legionario romano.- Añadió.
   - Ya, coño. Que yo también me he leído los cómics de Astérix. Además no veo ninguna cabra.  Oye, ¿esto lo pintó Quispe, dices?.- Alfonso asintió en silencio.
  Lo más llamativo de los dibujos era la sangre, aunque sólo fuera porque eran obras a lápiz, y lo único que destacaba a color eran la sangre y el penacho rojo del legionario. El líquido rojo caía a grandes goterones del cuerpo de Cristo, y formaba charcos en el suelo de formas caprichosas y absolutamente irreales. Los personajes y la cruz parecían dibujados por un niño, si, pero la sangre hacía pensar en un niño particularmente depravado.
 Si esos dibujos los hubiera hecho mi hijo, lo primero habría sido una visita urgente a un profesional de la salud mental. Lo segundo, una no menos urgente visita a un cerrajero para blindar la puerta de mi habitación. El paso siguiente a la ejecución de esos dibujos sería la ejecución de algún animal de compañía, y de ahí... De ahí todos sabemos a lo que se pasa.

  Quispe, el ilustrador, era un interno de origen peruano que estaba encerrado por un feo asunto de abusos domésticos. No sé si esos abusos habían sido cometidos contra su mujer o hijos, ni lo quiero saber. Lo que sí sé es que cuando mirabas a los ojos a Quispe sólo veías dos profundas canicas negras, y que ese negro era el negro del abismo.
  Cualquier promesa de futuro que hubiera podido albergar el Quispe niño, si es que esos dibujos eran reflejo de ella, se había cumplido con creces. Al volver a mirar el folio colgado no pude evitar pensar en ello, y sentí un escalofrío. Alfonso lo notó.
 - Cuando acabe la exhibición, me los voy a quedar.- Me dijo, haciendo un movimiento de arco con su brazo derecho para indicarme el resto de paredes. Hasta entonces no me había fijado, pero en las paredes del los dos pasillos que formaban la cruz del 'hall' había colgados muchos más folios. No  menos de diez. A tanta distancia no era posible fijarse en los detalles, pero en casi todos destacaban unas llamativas llamas rojas. No había que ser un genio para imaginar qué eran.
 -¿Y para qué cojones quieres eso?, pregunté, sin poder evitar una mueca de desagrado. Había que estar muy enfermo para querer conservar aquello. Casi tanto como Quispe.
 
  A Alfonso le brillaron los ojos.
  - Son como un test de Rorschach al revés.- Me confesó entusiasmado. Recordé que Alfonso se estaba sacando la carrera de psicología por la UNED.
  - ¿Al revés?-
  - Si. En vez de mostrar a un paciente unas cartulinas con unas manchas de colores, a ver qué nos responde, podría llevarme estas obras de arte y enseñárselas a mis compañeros, a ver qué sacan en claro de todas esas manchas rojas.- Alfonso rió con ganas, y añadió, - Eso iba a ser un festival de caras.-

 No pude evitar reír con él, y darle la razón. Aunque sólo fuera por sacar algo positivo de todo aquel horror.


  A la puerta de la cocina se estaban agrupando ya los internos que trabajaban en ella. Me despedí de Alfonso con un gesto. Había que ponerse a currar.








   

 

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