Próspero año nuevo

 Cuando nos toca trabajar en nochevieja adelantamos un poco la hora de entrada. Treinta minutos, para ser precisos. A las 20:30 en vez de a las 21:00. La razón de ello es dar un poco más de tiempo a los salientes de tarde para reunirse con sus familias, puesto que en el fondo a los entrantes de servicio teóricamente ya se nos ha jodido la noche.

 El caso es que a mi, aquel día poco me importó, porque la noche ya se me habia jodido fuese como fuese. Destinado como estaba en aquella prisión de La Mancha, a más de quinientos kilómetros de mi casa, aunque esa noche la hubiese librado no tenía ningún plan apetecible con el que adornarla. Eso y el hecho de figurar en el libro de servicios como encargado del módulo de ingresos, con menos de diez internos bajo mi custodia, me invitó a hacer de la necesidad virtud. Me llevé en la mochila tres botellas de vino y unos cuantos vasos de plástico y me propuse brindar por el nuevo año con la compañía más canalla que en mi vida había juntado. Y no es poco decir.


Y así, a las 21 horas, tras hacer el recuento y firmar la conformidad del relevo con el compañero al que sustituía (y con el visto bueno del Jefe de Servicios), abrí todas las celdas y los diez sorprendidos internos a mí cargo se vieron invitados a un par de vasitos de Rivera del Duero, porque es para lo que dan tres botellas, y a un poco de conversación. Que cuando llevas quizá cinco años sin probar el alcohol, ya os digo yo que no es poco. La celebración no llegó ni a una hora de duración, y luego, uno a uno, volví a encerrar a cada interno en su celda y a pasar la llave. Porque en las cárceles antiguas se hace así, la antigua. A mano. Y con unas llaves con las que don Pantuflo sería perfectamente capaz de azotar a Zipi y Zape, llegado el caso.

El cierre de celdas fue rutinario. Apretón de manos, buenos deseos para el año venidero, y poco más. Pero el último interno a quien encerré, no por un motivo concreto sino simple porque era el último de la galería, era un gitano que estaba de tránsito. Había cometido su delito en la provincia en la que nos encontrábamos, y en ella había sido juzgado, pero las especiales circunstancias del mismo hacían obligado el que cumpliese su sentencia en una cárcel con medidas de seguridad más estrictas que la nuestra. Así que se encontraba en espera de traslado, que se haría efectivo en el plazo más breve posible. 

El interno entró a  su celda, y se giró para quedar frente a mi. Sintió que el momento requería una cierta pompa, vaya usted a saber por qué, y ello le invitó a ponerse firme y estirar la mano como quien firma un trato de por vida.

- Muchas gracias por este gesto, y feliz año nuevo, don Jaime. Que este que entra sea mejor que el que se va, para todos...- Y aquí hay que decir que en la primavera de ese mismo año, el interno había matado a su mujer y al hermano de ésta, y su familia política había mandado una fatwa gitana( a falta de una expresión mejor) por la que le condenaba a muerte en cuanto pisase la calle o el patio de una cárcel. Un año jodido.

- Bueno, malo será que no sea mejor que el año que se va, ¿no cree usted?-, me permití contestar con sorna. El interno río con una carcajada que sonó a lamento.

- No crea usted. Todo se puede complicar.-

Cerré la celda.

Tres meses después lo mataron en el patio de una cárcel de Aragón.







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