Piraña

  

Breixo es gallego por decisión propia. Es cierto, sus padres lo eran. Y sí, había nacido en un pueblo de Lugo. Y se llama Breixo, que ya quiere decir algo. Pero desde que tenía un año vivió en Madrid, sin volver a Galicia más que en muy contadas ocasiones. Y su carrera como funcionario de prisiones tampoco le había acercado a Galicia, antes al contrario;  En su primer destino en Canarias había conocido a una joven granadina, y aunque ahora ocupaba plaza en una cárcel de Madrid, estaba esperando ya destino en el centro penitenciario de Albolote.


 Pero a pesar de tener todo esto en contra, Breixo era gallego, por encima de cualquier otra cosa, y hablaba  gallego mejor que muchos  escolarizados en Galicia. Incluso mejor que algún presidente autonómico, o de la nación. Y no perdía oportunidad de poner en práctica su habilidad.


  


 Pero además de gallego por convicción, Breixo era el mejor funcionario de botonera que me he encontrado jamás. Por eso me sorprendió que  aquel día, una vez yo había terminado el recuento de la noche, tardase tanto en abrirme la puerta de la cabina de funcionarios. Tuve que tocar tres veces el timbre, cuando lo normal era que no llegase ni a acercar el dedo al botón cuando ya él me había visto por las cámaras y accionado la apertura electrónica. Así que toqué tres veces. Esperé. Y finalmente, Breixo me abrió, entré y me lo encontré mirando la panoplia de pantallas de control con gesto preocupado.


 - ¿Que pasa?-, pregunté. Breixo me señaló una de las pantallas, sin hablar y sin apartar la mirada de la misma. En ella salían, con un blanco y negro tirando a verdoso, las imágenes recogidas por la cámara 27, la situada en la segunda planta del módulo contiguo. Porque los recursos de Instituciones Penitenciarias son limitados, y aquella cabina daba servicio a mi módulo y al de al lado, que aquel día era responsabilidad de Meritxell.


 Situándome al lado de Breixo, miré la pantalla. Y ahí , frente a la puerta de lo que sería la celda 37 o 38, estaba ella.


  Meritxell había trabajado la mayor parte de su vida sirviendo copas en locales de la costa levantina, locales donde el más sobrio de los clientes tose y escupe tres pastillas. Un medio hostil para cualquiera, y quizá más aún para una rubia con cara de niña y apenas metro y medio de estatura. Un medio donde sólo sobrevive el que se adapta. Y Meritxell se había adaptado tan bien que  ahora hasta el módulo más duro de la cárcel más dura de España se le hacía pequeño.  


 -¿Que está haciendo?-, pregunté. Situada frente a la puerta del chabolo, Meritxell agitaba los brazos, echando cara y cuello hacia adelante, en desafío. Estaba hablando, o más bien dando voces, pero el sistema de circuito cerrado de televisión no tenía sonido, y no podíamos oír lo que gritaba. La llamé por él 'walkie'. No contestó. 


 - O no se ha llevado su 'walkie', o no le funciona-, dije.


Breixo señaló a la pantalla otra vez.


 - Leva o 'walkie' colgando do cinto. Quedaríalle sin batería-.


  En el silencio del monitor, Meritxell seguía dando voces. En un par de ocasiones, incluso hizo ademán de empujar la puerta. Echó mano a su 'walkie' y se lo acercó a la cara. Vimos su mandíbula moverse, pero no escuchamos su voz. Al poco, se dio cuenta de que no la oíamos, así que volvió a gesticular y vocear contra la puerta.


- Miña nai querida. Semella unha avelaíña petando contra dunha fiestra pechada.- La comparación me hizo sonreir. -¿Ábrolla?-


-Ni de puta coña. Como abras, se los rilla vivos. Está en modo piraña. Ábreme Breixo, voy con ella.- 


- Espera. Vou conectar o intercomunicador da celda, a ver si nos enteramos de algo. ¿ Qué chabolo é?-


- Puesss la 37, diría yo. Prueba a ver.- Breixo tecleó en la consola, y una voz chisporroteó en el altavoz del intercomunicador. Era la 37.


- Doña Meritxell, se equivoca usted. No hemos sido nosotros, se lo juro. Por mis hijos doña Meritxell...- La contestación, al registrarse desde una mayor distancia, resultó un chisporroteó inteligible. Breixo y yo nos miramos.


- Venga, ábreme.- Me dirigí de nuevo hacía la salida de la cabina de funcionarios, y de nuevo me tocó esperar. Me giré hacia Breixo, que negaba con la cabeza en silencio.


- Mira, non subas. Xa está ela baixando.-


 Me acerqué a mi mesa y me senté en ella, a esperar a Meritxell. No tardó en entrar, y la mala ostia que traía, en aquella cabina tan pequeña, hizo aumentar la temperatura un par de grados. De su moño (un pedazo de moño, que la hacía casi diez centímetros más alta) casi se podía ver salir el humo. Se sentó en su silla, dejó su 'walkie' inservible encima de su mesa, y resopló. 


Breixo y yo nos quedamos mirándola en silencio. Y al final, acabó por darse cuenta, y se giró hacia nosotros.


- ¿Que pasa?.- Preguntó. Muy amable ella. Mal rollo.


- ¿Que te ha pasado arriba?.- Meritxell se volvió a girar, dándonos la espalda, y le habló a la pared. Bueno, nos habló a nosotros, claro, pero dirigiéndose a la pared.


 - Nada. Que hay mucho gilipollas.- Nada que objetar. Pero claro, dicho así sin mirarnos, no quedaba claro si lo decía por los internos, por nosotros, o así a modo de verdad universal. Se hizo un incómodo silencio. Es que ni Breixo ni yo sabíamos qué decir.


 - Que me ha silbado. La seua puta mare... Y no me habéis abierto la puerta del chabolo para entrar.-


- Venga, si te abrimos te los comes vivos. ¿Y para qué querías entrar?-


- Pues para ponerle el chabolo patas arriba. En Picassent uno me llamó 'guapa' y, guapo fue el cacheos que le hicimos a toda la galería. Casi se lo cargan los otros cacos en el patio, por gilipollas.- Meritxell nos miró. No dijo nada, pero tampoco hacía falta. Le había parecido mal que no subiese nadie a la galería, o que ni siquiera le hubiesemos abierto la puerta de la celda. Pero también se daba cuenta de que, sin el walkie operativo, no teníamos forma de saber qué era lo que quería que hiciésemos. Así que estaba cabreada, pero no tenía con quien desahogarse.


- Me voy a fumar un pitillo. A ver si me dá el aire.- Y no llegó casi a acabar la frase, cuando ya estaba saliendo de la cabina.


Breixo y yo nos miramos. Solté un silbidito de asombro, que más bien pareció de alivio. Breixo se concentró en limpiar su botonera con un producto desinfectante (cosas del COVID),y me preguntó con aire casual; 

-¿E ti onde das a guardia de noite hoxe?.


- Aquí, en este módulo. ¿Y tu?


- No rastrillo de xefatura.-


- Ah.- Breixo siguió dándole a la bayeta, y volvió a hablar al poco.


 - Meritxell tamén fai noite aquí.- Ostras. Era cierto. No había caído.


- Te cambio el puesto.- Breixo negó con la cabeza, sin levantar la vista de la botonera y sin dejar de pasar la bayeta.


 - Nin de coña. Ademais, ti es o encargado. Tes que quedar no módulo, non podemos cambiar.


Meritxell volvió a entrar a la cabina. No parecía que el pitillo la hubiera calmado demasiado. De repente, me entraron ganas de volver a fumar. Al menos, así tendría una excusa para salir de allí.








 





 


 



 

 

 

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