Encerrado

 En el episodio de hoy de 'Confesiones en la cabina del funcionario', nos dejamos de charla y nos ponemos a trabajar. Porque la mitad de la plantilla sigue de vacaciones y me toca comerme a mi solito un módulo con 105 internos, si. Pero también porque en la dirección del centro y en la Secretaría General de instituciones Penitenciarias consideran que no tenemos una excesiva carga de trabajo, y se entretienen encargándonos tareas absurdas. Un ejemplo.


Las cabinas desde las que los internos llaman a sus familias registran las llamadas. Además, los números a los que pueden llamar son autorizados previamente e incorporados a un listado. Y, más aún, desde hace unos meses se prohibieron las tarjetas telefónicas (¿os acordais? Eran estas que se compraban en estanco para pagar en las caninas telefónicas. Por cierto... ¿ Os acordais de las cabinas telefónicas?)

Bueno, pues ahora cada interno tiene un código numérico personal recargable que tiene que introducir en la cabina previamente a la llamada. Para que no se trapichee con estos pagos. 

Parecen suficientes medios de control, ¿no?.

Y lo son. Pero a los de arriba les parece que, al ser todo automático, nosotros, los currantes, tenemos demasiado tiempo libre. 


Todo este rollo para contaros que, cada día, debo elegir a cinco individuos al azar, cuando acaben de llamar por teléfono, y anotar sus nombres y el número al que han llamado para que luego se compruebe que los datos recogidos manualmente concuerden con los que registran los sistemas informáticos. Un rollo, y una pérdida de tiempo.

Pero hay que hacerlo, y ahí estaba yo esta mañana, acechando a un interno que, según pude oír, llamaba a su madre para pedirle que le mandase calzoncillos. Escenas de la vida cotidiana.

El caso es que, en cuanto ha finalizado la conversación, le he sorprendido por la espalda y, tocándole suavemente el hombro para no asustarlo demasiado,  le he espetado:

 - ¡Nombre y número!-. El interno, un valenciano más o menos de mi edad, me ha mirado fijamente, se ha puesto firme y, torciendo la mitad de la boca, me ha respondido gritando;

- ¡Leone, 5-10!-

Nos hemos mirado a los ojos y, saltándonos el protocolo COVID, nos hemos dado la mano. No era para menos.

-Llevo cinco años preso deseando decirlo-, me confesó.

- Llevo quince años de funcionario deseando escucharlo, - respondí. Y lo invité a un café. 


Y bueno, esa ha sido la historia de hoy. Una pequeña espinita que me he quitado, un pequeño sueño cinematográfico. Hay otra escena de pelis talegueras que no me importaría reproducir, esta última protagonizada por Billy Bob Thornton interpretando a un Jefe de Servicios y a Halle Berry dándole la, digamos, réplica. 


Puedo esperar otros quince años si hace falta.

Comentarios

  1. jaja, Goloso. Lo que quieres es la réplica de Halle Berry. Pero ojo que todo se confunde y a ver si te la va a dar Leone!!! :::))). Está la vida muy mala.
    La de Stallone no estuvo nominada a los premios Razzies?

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  2. Eso solo pasa en Estremera jajaja

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