Tráfico Interno VI

 


Dejé los siete euros del menú encima de la mesa y salí hacia Jefatura. No tardé ni medio minuto en convencer a Jorge y a Alex, otro funcionario al que encontramos en el 'hall' principal de la prisión, de que me acompañasen corriendo al módulo cinco. Allí, en el rastrillo de entrada al mismo, nos encontramos a Ana, la compañera encargada de manejar la doble compuerta de acceso y, a la vez, de vigilar el patio.

 - ¿Donde está Rubirrosa?- preguntó Jorge sin saludar, con la respiración agitada por la carrera.
 - Buenas tardes lo primero.- Le espetó Ana, muy digna. De un tiempo a esta parte, la figura del Jefe de Servicios ya no despierta tanto respeto entre el personal de guardia  como antes. Jorge prefirió ignorar la pulla, y permaneció en silencio. Ana continuó por fin.
- Acaba de entrar en la ducha no hace ni cinco minutos.- Y señaló hacia la puerta de las mismas, al fondo del patio, en la esquina derecha del mismo. A lado, encima de un pequeño banco, estaba su petate verde, visiblemente abierto.
 Jorge ordenó a Ana que abriese la puerta, y entramos los tres a la vez en el patio. Por suerte estaba vacío. Era la hora de la siesta, casi las tres y media, y los internos estaban encerrados en sus celdas, y lo estarían hasta las cinco y media. Eso facilitaba las cosas. Cualquier acción fuera de lo común agita el patio, y cuando el patio se agita puede pasar cualquier cosa fuera de lo común. Es la pescadilla que se muerde la cola. Pero no había nadie, ya digo. Entramos con cuidado en la ducha, procurando no hacer ruido.
 Y lo pillamos.

Acurrucado en uno de los cubículos de los aseos, Rubirrosa había desmontado ya la base del consolador y se afanaba en extraer algo de su interior. En cuanto nos vio, intentó sin éxito introducir el aparato por el hueco de la taza turca. A pesar de que ése era un agujero de los pocos en los que el artefacto podía entrar con holgura, intentar tirar el vibrador por el desagüe no era más que una medida desesperada. Como era de esperar, no le sirvió para nada.
- Déjalo, Rubirrosa.- espetó Jorge, con una sonrisa de medio lado. -Ese cacharro no cabe en cualquier sitio.-
   El interno arrojó la polla negra hacia el fondo del cuarto de duchas, derrotado. Me puse unos guantes de látex azul que todavía guardaba en un bolsillo desde el cacheo de su equipaje, aquella mañana, y me acerqué a recogerla. En cuanto la levanté del suelo, cinco bolas de 'costo' envueltas cuidadosamente en cápsulas de plástico amarillo forradas a su vez de celofán, de un tamaño a medio camino entre el de los huevos de codorniz y los de gallina, cayeron de su interior. Tapado por la caja de baterías y el dispositivo vibratorio, el hueco estaba bien disimulado.
Introduje la prueba, las cinco bolas amarillas que originalmente habían contenido pequeños juguetes, en una bolsa hermética, y salí al patio. El Jefe de Servicios y el otro funcionario escoltaban a Rubirrosa hacia el rastrillo de salida, camino del módulo de aislamiento. No parecía que el interno fuese a causar problemas, así que sólo los acompañé hasta el 'hall' de distribución interior. Allí, ellos continuaron hasta el módulo donde se ubicaba a los internos sancionados, y yo cogí el camino de Jefatura.

   Jorge volvió en menos de diez minutos, y nos sentamos a la mesa de despacho de la Jefatura de Servicios, frente a frente. Tocaba redactar el Parte de Hechos correspondiente para elevarlo al Director del Centro y que se iniciase el procedimiento sancionador. Pero antes, convenía poner las cosas en claro, y atar cabos. Tampoco daba para una novela de James Ellroy.

 Tal y como lo veíamos, Rubirrosa había estado a punto de colárnosla, por feo que suene en este contexto. Y había sido pura casualidad. Posiblemente su plan inicial habría sido pasar las bolas de 'costo' empetadas,  como había hecho ya en otras ocasiones. Pero algo le debió sentar mal en la calle y, ante la imposibilidad de introducirse nada en el recto que no saliese de allí en cuestión de segundos, buscó otro sitio dentro del que pasar el contrabando. Para alguien con sus aficiones en materia sexual, el pensar en un consolador como alternativa al transporte anal debió ser una asociación de ideas casi inmediata. Por otro lado, Rubirrosa ya contaba con que no iba a haber perros aquel día, Y, en caso de un chivatazo, sabía que nosotros íbamos a pensar que traería el material empetado. Podía funcionar.

 Al otro lado de la puerta, en el pasillo de entrada a los módulos, el resto de funcionarios que había permanecido hasta entonces en la cafetería disfrutando de la sobremesa iba entrando con cuentagotas. Poco a poco, pero de forma imparable, se fue corriendo la voz de lo que había sucedido, y no había pasado ni un cuarto de hora cuando ya  casi toda la guardia de servicio aquella tarde se agolpaba a nuestro alrededor en Jefatura para intentar leer, en la pantalla del ordenador, qué había sucedido exactamente.

 El relato que leyeron no es muy diferente de lo que acabo de contar en esta entrada. Bastante menos extenso, porque se trata de condensar todo en menos de un folio, si es posible. Se va a los hechos y se valora la concisión. Si la cosa es grave, ya habrá tiempo de explayarse cuando el juez tome declaración. Si no, y la mayor parte de las veces es no, escribir cinco líneas lleva mucho menos trabajo que escribir diez. La mitad, exactamente.
 Así que ocho líneas de texto después, ni una más ni una menos, ya estaba la historia plasmada negro sobre blanco, y la mayor parte de los compañeros la habían leído. Se comentó la jugada, se escucharon risas. Se sacaron cafés de la máquina e incluso, en franca transgresión de la ley antitabaco de 2010, se encendieron pitillos. Y finalmente, cada uno se fue a su módulo de destino para proceder a la apertura de celdas de la tarde y la posterior bajada al patio.

  Yo fui el último en salir de Jefatura, porque aquel domingo había gente de sobra, no sé si ya lo he dicho, y yo no estaba destinado en ningún módulo. El Libro de Servicios sólo indicaba 'a disposición de Jefatura', que quiere decir que no tenía otra cosa que hacer que remolonear por ahí esperando que al Jefe le surgiera alguna tarea que encomendarme. Generalmente es un buen destino para hacer el vago pero, mira tú, aquel domingo no me había faltado trabajo.

 Estaba sacando un refresco de la máquina expendedora cuando alguien entró en la sala de descanso. Era Vanessa, la práctica, que se había quedado para firmar el Parte de Hechos respaldando así la declaración. Le pregunté si quería algo de la máquina, pero negó con la cabeza.
 Nos sentamos en una de las mesas, y permanecimos en silencio mientras yo abría la lata. Vanessa me miraba con cara de interés. De haber sido yo más joven y atractivo, o simplemente si el contexto fuera otro, me habría sentido hasta halagado. Pero allí, y en aquel momento, no supe qué hacer y bajé la mirada, siempre en silencio. Finalmente, ella habló. Y menos mal, porque la verdad es que Vanessa no estaba nada mal, y yo me estaba empezando a poner nervioso y a pensar cosas raras.

  - ¿Cómo te diste cuenta?.- me cogió con la guardia baja. No supe en principio a qué se refería, supongo que porque, aunque me cueste reconocerlo, ya estaba imaginándome cosas completamente fuera de contexto. Parpadeé un par de veces, como si me acabase de despertar, e intenté poner cara de tipo que sabe de qué le están hablando. A ver si se me encendía la bombilla por sí sola. Pero no se encendió, y tuve que preguntar.

  - Esto... ¿De qué?.- Pensé que Vanessa me iba a mirar como si yo fuera gilipollas, pero no. Menos mal.
  - De que la droga estaba dentro de... Del chisme ese.- Así que era eso lo que le interesaba. Claro, imbécil. En qué estabas pensando, me dije. Bueno, aquello tenía una respuesta fácil.

  - Pues verás. Al darle vueltas a lo que había pasado, me acordé del susto que te llevaste al encontrar el consolador en la mochila. Porque, claro, nunca habías encontrado uno. Pero luego, al enseñárselo al jefe, resultó que él nunca se había encontrado con un aparato así en la cárcel. Y yo tampoco. Y tú eres nueva, pero el jefe y yo ya llevamos aquí bastantes años. ¿Por qué no nos hemos encontrado uno de esos hasta hoy?.- Interrumpí mi monólogo para darle un poco de emoción al asunto. Vanessa no movía ni un músculo.
  - Porque la gente mente en la cárcel cosas que no hay dentro. Droga. Móviles. Alcohol. Lo que no mete es lo que ya hay aquí. ¿Y que es lo que más abunda en un Centro Penitenciario exclusivamente masculino?.- Vanessa se encogió de hombros. A mi se me escapó una risilla, lo reconozco.

 - Pollas. En el patio sobran pollas. Todo el mundo tiene una, y si lo que quieres es echar un polvo rapidito, o tener una relación más profunda, nunca te van a faltar voluntarios.Tienes las que quieras, y son de verdad. ¿Para qué vas a traer una de plástico, a no ser para ocultar algo dentro?.-

 Vanessa lo pensó un rato, y se echó a reír. Los dos lo hicimos.

Por cierto, hay consoladores con USB. En serio, lo he mirado en Google.











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