Tremenda Torrija V

  Pedro cogió una silla de oficina, de esas con ruedas, y la situó estratégicamente a la mitad exacta de la línea que nos separaba a Martínez Alvero y a mi. A modo de barrera natural, sabéis. No fuese que a nuestro administrado le diese por hacer una locura y saltase a por mí o, más probable, que mi tolerancia al flamenco mal cantado llegase a su límite y yo saltase a por él. Muy poca gente sabe poner una buena cara de póquer, esto es así, y a pesar de mis esfuerzos que yo suponía exitosos, a Pedro le habían sobrado 59 segundos del primer minuto que pasó en la oficina de acceso para darse cuenta de que no me había hecho ni puta gracia que entrase con el interno allí.

  El cantar de Martínez Alvero se fue amortiguando y volviendo cada vez más ininteligible, hasta quedar convertido en un monótono zumbido, como el volar de un insecto. Dejó poco a poco de batir palmas, sus brazos cayeron inertes a ambos lados de su cuerpo, y así, al ritmo perezoso y lánguido al que los drogadictos caen el estupor farmacológico, el concierto cesó y Martínez Alvero se quedó dormido.

 Pedro estaba en silencio, con una sonrisa que mostraba todos los dientes y que contrastaba con su mirada triste y aburrida. La sonrisa se fue borrando poco a poco de su cara, y su expresión ganó coherencia. Era una expresión familiar, la cara de hastiada desesperanza que se nos queda a muchos de los que ya llevamos varios años trabajando en Servicio Interior. Me miró. Lo Miré. Ambos sabíamos de sobra lo que yo iba a decir, así que me ahorré el decirlo y simplemente me encogí de hombros, invitándolo a darme una explicación.

- Ya, ya sé. Es que no se me ocurría qué hacer con él. - Levanté una ceja. Que a Pedro no se le ocurriese qué hacer con ese individuo me resultaba difícil de encajar, pero no dije ni pío. A ver cómo se seguía explicando. Pedro continuó.
 - A ver... No lo puedo dejar sólo, porque se pone a cogerles cosas a los demás internos de la galería, y un par de ellos ya me han dicho que como lo pillen entrando a sus chabolos le van a dar. No lo puedo dejar chapado, porque le levanta sus cosas al interno de apoyo que está con él y que no tiene por qué quedarse chapado porque no tiene culpa de nada. Y si lo suelto en el patio me la va a liar más gorda todavía, y entonces fijo que alguno le suelta un bofetón.  Así que hoy, esta mañana que me ha caído a mí el marrón de aguantarlo, lo voy a llevar pegado a mí como un llavero. Y así lo controlo, y ya está.- Pedro paró, un poco también para tomar aire. Bueno, pues explicación dada. Las había oído peores.

 - Vale. Pues invita a un café por lo menos, que meterme a este tío aquí y hacerme escucharlo cantar no está pagado.- Pedro sacó su tarjeta de pago en el economato, y salió a buscar los cafés. No tuvo que andar mucho, porque la puerta de acceso al mismo non estaba ni a diez metros. Entró, y lo perdí de vista.

 Martínez Alvero regresó momentáneamente del país del Pequeño Pony. Me miró sin reconocerme. Lo habitual. Empezó a batir palmas despacito, tanto que por suerte no llegaban a sonar. Me miró de nuevo, y esbozó un amago de sonrisa. Un chorrillo de baba, transparente y densa como una hebra de almíbar, se deslizó por la esquina de su boca.
- Don, le voy a cantar una de Camarón. ¿Le gusta Camarón?.-
- Hombre, pues prefiero a Led Zeppelin, la verdad.- Quintero asintió con la cabeza, con un par de movimientos espasmódicos. Un poco más de energía, y muere decapitado, pensé.
 - Claro que sí.- Me respondió. -A todo el mundo le gusta Camarón.- De repente, me hizo evocar mi juventud, en casa de mis padres. Me hacían el mismo caso.

 Alvero comenzó a cantar. No sonaba bien, y no tengo ni idea de si lo que salía de esa boca era una canción de Camarón de la Isla o no. Pero seguro, seguro, que si estuviese cantando una de Led Zeppelin estaría sonando bastante peor, así que al final, el que hubiera pasado de mí hasta tuvo su parte positiva. Pedro entró en la cabina, con un café en vaso de plástico en cada mano. Me entregó el mío intentando evitar el contacto visual, no fuera a ser que le dijese algo, dejó el suyo sobre una mesa, y se puso a canturrear y a batir palmas con Alvero. Era suficiente. Salí al 'hall', a tomarme el café en paz, si es que esto era posible.

 Milagrosamente, lo fue. Acabé mi café sin que nadie me interrumpiese, y volví a entrar en la cabina de acceso. La 'performance' había ido subiendo de intensidad y volumen. Aquello sonaba como Tarzán haciéndose la cera en las ingles. Se imponía una actuación tajante, pero sin dejar de ser asertivo.

  - Venga, los dos a tomar por culo de aquí ahora mismo.-.

Pedro me miró. Saltaba a la vista que yo no estaba bromeando. Ayudó a Martínez Alvero  a levantarse, y salieron al 'hall'. Parecía que la cosa había terminado, pero qué va.
Faltaba el fin de fiesta, claro.













Comentarios

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