Ola de Calor

 Raúl no podía quedarse quieto. Se sentaba, aguantaba diez segundos, se volvía a levantar. Caminaba hasta el fondo de la cabina de vigilancia. Se detenía ante la puerta que daba acceso al campo de fútbol de la prisión, y volvía otra vez hasta su silla. Estaba muy nervioso, y me estaba empezando a poner nervioso a mí, su compañero aquel día en la vigilancia del módulo cinco.

 Procuré concentrarme en la lectura del periódico, a ver si así evitaba alterarme yo también, pero no era posible. El 'ABC' me estaba cabreando más aún, lo cual es algo bastante habitual. Así que decidí darle a Raúl algo de conversación, un poco de charla amable, a ver si así distendíamos el ambiente.

 -¿Y a tí qué cojones te pasa?- Pregunté tan pronto se sentó a mi lado por enésima vez.
 - Que estoy dejando de fumar.- Me respondió, con los ojos fijos en el patio. - Y estoy que no cago.-

 Eso saltaba a la vista, pensé. Raúl se volvió a levantar, caminó los seis metros que había hasta el fondo de la habitación y se quedó de nuevo mirando hacia el campo de fútbol. No tardaría en volver.
Me estaba jodiendo la mañana, principalmente porque el típico tío nervioso que no se está quieto más de un minuto en la silla suelo ser yo. Que Raúl no parase de moverse me impedía moverme a mí, porque lo que estaba claro es que como yo también empezase a danzar de un lado a otro de la cabina, aquello iba a parecer un puto pinball.

  Volví a intentar concentrarme en otra cosa. Eché a un lado el 'ABC' y me puse a mirar el patio, que en el fondo es para lo que me pagan.

  Fuera hacía calor, más de cuarenta grados, y aún no eran las doce de la mañana. La mayor parte de los internos combatía el calor mediante frecuentes duchas, o remojándose al menos con botellas de agua que rellenaban periódicamente en los grifos disponibles. Algunos valientes, no obstante, aprovechaban para broncearse tumbados en bañador encima de unas toallas. Prácticamente todos los usuarios del improvisado solarium eran internos que disfrutaban de permisos de salida o de visitas de sus familias. Que veían a gente 'de la calle', vamos, y que por ello intentaban cuidar un poco su imagen.

  Y luego estaba Mari. Mari no sale de permiso, porque aún le queda mucho, mucho tiempo de condena. Y aunque pudiese disfrutar de un permiso, no tendría a donde ir. Porque Mari mató a su pareja, con rabia y con ensañamiento, y el juez había dictaminado que además de su tiempo de condena, Mari no podría acercarse por el pueblo donde ambos residían en la fecha del crimen durante diez años más. Mari tampoco tiene familia, porque a la gente como él, la familia la repudia (o la repudiaba, porque ésto por suerte pasa cada vez menos) cuando la adolescencia florece, y los condena a una vida sórdida y marginal. Pero no quisiera que os llevaseis una impresión equivocada. Mari es buena persona, en serio, y la mayoría de mis compañeros, y yo mismo, creemos que en el fondo el tipo al que mató Mari debía ser un hijo de puta, y probablemente se lo merecía.

 Mari es un travesti de unos sesenta años de edad, que como todos los travestis de la vieja guardia, y los viejos músicos de rock, aparenta veinte años más de los que declara su DNI. No pude dejar de observarlo mientras, con unos movimientos de una  vulgar delicadeza y que intentaban ser lo más femeninos posible, extendió una toalla en el suelo de cemento y procedió a quitarse la camiseta y el bañador, quedando cubierto únicamente por un tanga rojo. Mari tenía tetas, unas tetas que colgaban como dos huevos fritos suspendidos de un par de  alcayatas. En lo demás, su cara y su cuerpo eran los un señor mayor, un señor mayor que no ha llevado una buena vida a ninguno de los niveles en los que una vida pueda ser llevada. Pero tampoco es que se pudiera quejar. Al menos estaba vivo, algo que la mayoría de profesionales del sexo de su edad y trayectoria vital no pueden decir por culpa del SIDA.
 Mari en tanga no es un espectáculo agradable, y pude ver en el modo en que Raúl torció el gesto al ver el espectáculo un reflejo de mi propia expresión.
- Bueno, - dijo Raúl finalmente, tras un largo suspiro de resignación - esto ya ha sido la gota que colma el vaso. Necesito un pitillo. A tomar por culo.-

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