El profesional II

 Miré a mi alrededor. Los internos parecían a punto de empezar una pelea multitudinaria, pero eso era más apariencia que realidad. En cuanto entré, los gritos y los ánimos habían calmado bastante, y se habían hecho un tenso silencio. Todos me miraban, expectantes. Y un interno a mi derecha se dirigió a mí, mientras señalaba con desprecio a Ercilla.
  - Señor funcionario, llévese a este tío, que la está liando sin venir a cuento.-
 Miré a Ercilla a los ojos. Respiraba entrecortadamente, y su pecho subía y bajaba haciendo que el banco que aún sujetaba por encima de su cabeza, que por cierto debía pesar no menos de treinta kilos, amenazara con caerse en cualquier momento. Lo primero era lo primero.

 - Ercilla, suelta el banco. Por favor.- Ercilla me miró, no sé si con sorpresa o simplemente saliendo de su estupor. No dijo nada.
  - Ercilla,- repetí con voz un poco más firme -suelta el banco. Ercilla abrió la boca para decir algo, pero no le dejé. -Dime lo que quieras, pero baja primero el banco.-
  - Si bajo el banco, estos me matan, don Jaime.- Estaba asustado. Miré a mi alrededor. El resto de internos parecían cabreados, lo que era lógico. Pero no más de lo que estaría cualquiera si un chalado te interrumpe la partida de cartas haciendo volar el mobiliario de la habitación. Ninguno tenía los puños apretados, ni esa actitud corporal que delata al que está dispuesto a 'saltar'. La cosa, dentro de lo malo, parecía que se iba a solucionar pacíficamente. Me tranquilicé un poco, y volví a la carga. Traté de sonar todo lo firme, pero tranquilo, de lo que era capaz. No es fácil.

  -Aquí nadie te va a tocar un pelo mientras esté yo. Así que no les vas a tirar el banco encima.- Mientras, me fui acercando a él poco a poco, hasta estar solo a dos metros escasos. -Y ahora mismo, si lo tiras, sólo me vas a dar a mí. Y yo sé que tú no quieres darme a mí con el banco.- Ercilla seguía confuso, pero su respiración era ya más pausada. Era el momento de dar la última orden.
 -Venga, baja el banco y vámonos tu y yo de aquí.-
  Lentamente, Ercilla posó el banco en el suelo. Surgió un murmullo del resto de internos, pero ninguno dio un paso adelante, ni hubo ningún amago de agresión. Menos mal. Si llego a suspirar de alivio, me hubieran oído hasta en el ayuntamiento del pueblo de al lado. Pero no era momento de mostrar debilidades. Así que me tragué el suspiro, y con mucha delicadeza apoyé mi mano en el hombro de Ercilla, para animarlo a emprender la marcha.

 En cuanto me giré hacia la puerta, vi entrar por ella a Germán. Germán era un compañero, uno de los pocos, muy pocos, funcionarios de prisiones vocacionales que he tenido el gusto de conocer. Me sobrarían los dedos de la mano del empleado de un aserradero para contar cuántos han sido, porque sólo he conocido a dos.

  Germán proviene de una familia en la que hay algún otro miembro del gremio, y siempre lo ha tenido claro. En su último año de instituto empezó a preparar la oposición, y con diecinueve añitos recién cumplidos ya se pateaba los patios.
  Pero aparte de vocación, es un profesional, porque una cosa no va siempre unida a la otra. Germán se implica en su trabajo. Nunca deja sin hacer un cacheo, sin investigar un chivatazo. A veces jode que haga todo tan bien, pero lo cierto es que lo compensa quitándote trabajo de encima. Y practica artes marciales, lo que hace que en algunos casos, como este mismo que os estoy contando, agradezcas tenerlo al lado. Germán no había necesitado más que verme entrar sólo al Salón Sociocultural para darse cuenta de que algo raro pasaba, y no había dudado en entrar detrás de mí. Bueno, esto último he de reconocer que es algo que casi cualquier compañero haría. Casi.

 Germán me miró. Miró a Ercilla. Y miró todo el perímetro de la habitación, sin detenerse en nadie en concreto, pero sin dejar de fijarse bien en todos y cada uno de los internos.
 -¿Que ha pasado?-, me preguntó.
 -Nada. Luego te cuento.- Porque tampoco era el momento de tener un cambio de impresiones. Urgía llevarse a Ercilla, y que se calmasen los ánimos. -Me llevo a este a Jefatura.- Concluí.
 Germán me señaló a Ercilla.  En el antebrazo, donde no llegaba cubrir su camiseta de manga corta, unas líneas púrpuras le surcaban  la piel. Arañazos, y bastante profundos. Supongo que, al tener los brazos alzados para sujetar el banco, desde mi perspectiva quedaban ocultos. Porque lo cierto es que era imposible no verlos.
 -Este se ha peleado-, constató Germán. -¿Con quién?-

Me encogí de hombros. La verdad es que ni se me había pasado por la cabeza que la pelea ya se hubiera materializado antes de mi entrada. Ercilla bajó la vista hacia el suelo, en completo silencio. No pensaba soltar prenda. El código del preso. En fin.

 Germán miró a su izquierda, y en menos de un segundo señaló a un interno que permanecía sentado en un banco, la espalda apoyada contra la pared.
 - Usted. Levántese.- El interno miró a uno y otro lado, confundido. Luego miró hacia arriba, a los ojos de Germán.
  -¿Yo?.- Balbuceó.
  - Si, usted. Levántese, haga el favor.- Repitió Germán. El interno dudó. Pero permaneció sentado, con las piernas muy juntas. Levanté una ceja.
  - ¿Y por qué me tengo que levantar yo?.- La respuesta me dejó de piedra. No le habían pedido nada raro.  Pero, de alguna manera, Germán se la esperaba. Dio un paso atrás, plantándose firme sobre sus pies, y miró fijamente a los ojos del interno, un hombre de unos cincuentaypico años, calvo y de aspecto anodino.
  -Porque le estoy pidiendo que se levante.- El interno se removió, incómodo.- Y como lo vuelva a tener que repetir, voy a tener que ponerle la mano en el hombro para animarle. Y si no me hace caso entonces, ya sabe lo que eso implica.-
  Lo que eso implica, es decir, el que no acompañes a un funcionario que te conmina a hacerlo apoyando su mano en tu hombro, es la comisión de una falta muy grave conforme al artículo 108 del reglamento penitenciario de 1981. Resistencia activa. Y por la comisión de esa falta te pueden caer, por ejemplo, varios fines de semana en una celda de aislamiento. Y perder el derecho a disfrutar de permisos. No es ninguna broma. El interno lo sabía de sobra, así que, muy a su pesar, se levanto.

 Al ponerse en pie, el pantalón de chándal que cubría hasta entonces sus piernas, súbitamente dejó de hacerlo. Estaba completamente desgarrado por las costuras laterales, y pudimos ver claramente  las rodillas del calvo. En cuanto abrió sus manos para intentar evitar quedarse desnudo allí mismo, pude ver que el interior de sus uñas estaba teñido de rojo. Él era el autor de los arañazos. Me quedé de piedra. ¿Cómo lo había podido saber?.

 Germán llamaba por el 'walkie', porque él no se lo había olvidado, solicitando la presencia de más compañeros para ocuparse de vigilar el patio mientras nosotros nos llevábamos a Ercilla y al calvo al módulo de aislamiento. Primero me fuí yo con Ercilla, y cinco minutos después salió él con el otro implicado en la tangana. Así evitábamos encontrarnos juntos los cuatro en las esclusas. Nunca se sabe.
  Llegué al módulo de aislamiento, y tras cachearlo en profundidad, encerré a Ercilla en una de las celdas que siempre tenemos vacías en previsión de estas situaciones.  Esperé la llegada de Germán con su escoltado fumando uno de los muy pocos pitillos que me permito al año, pero es que la situación lo requería. Cuando Germán y el calvo llegaron, lo encerramos también, sin más ceremonias, Y nos encaminamos juntos a dar parte al Jefe de Servicios de todo lo sucedido.
 Pero, por supuesto, la pregunta me quemaba. Como supongo que a todos vosotros. Y no aguanté más de cinco segundos sin hacerla.

 -Germán... ¿Cómo cojones adivinaste con quién se había peleado Ercilla?.-
 Germán miró hacia el suelo, con timidez, y sonrió.
  - Fue fácil... Cuando entré, todo el mundo te estaba mirando a ti, y en cuanto abrí la boca, todos pasaron a mirarme a mí. Todos menos el calvo ese, que se pasó todo el rato mirando al suelo y sin levantar la cabeza. Qué quieres, me pareció raro. Para una vez que hay espectáculo... ¿por qué te lo vas a perder?.-

 Asentí en silencio. Sin duda, Germán era un profesional.

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