Delicatessen
El presupuesto para comida que nos proporciona la Dirección General es de 3.70€ por persona y día. Con ello hay que pagar desayuno, comida y cena. Además, de ese dinero hay que descontar los sueldos de los internos trabajan en la cocina. Habrá quien lea esto y le parezca que ya bastante es que no les demos una dieta estricta de pan y agua, y que en China les pegan un tiro en la nuca y le cobran la bala a la familia. Hombre, es un enfoque. Pero de momento, los chinos se dedican a copiar a occidente y no al revés. Dejemos que esto siga así, por favor. De este encaje de bolillos, de lo de comprar la comida ajustándose a ese presupuesto, digo, se encarga un funcionario de área mixta-economato. Y no creáis que la gente se da de bofetadas por conseguir el puesto. Hay que hacer pedidos, controlar el peso de la carne que te traen los proveedores, y que no te intenten colar mucho hielo. Que lo intentarán. Intentarán hasta colarte piedras en las lentejas. Una vez, a saber por qué, un frutero intentó colarnos peras entre las manzanas. Supongo que tendría excedente de peras. Yo que sé. Si pudieran te cambiarían la Coca-Cola por Pepsi, o mejor aún por pis. Tampoco se notaría mucha diferencia en este caso.
Yo no soportaría hacer ese trabajo. En una ocasión, echando una mano al compañero que ocupaba ese puesto, me dieron ganas de coger del cuello al proveedor y dar el cambiazo con un interno. Qué delincuente en potencia, por dios. Y lo peor es que si algo no cuadra a final de mes, el marrón es tuyo. Y siempre habrá quien sospeche que tus errores no son tales, sino que estás conchabado con algún repartidor para hacer algún chanchullo y llevarte un dinero calentito.
Con todo, estos chicos consiguen que nunca falte de nada, que casi todos los domingos haya paella y un cuarto de pollo asado (que no es como el que prepara mamá, pero que me los he comido mucho peores en chiringuitos y me los han cobrado a precio de puta) y, a veces, cuando consiguen una oferta especial, hasta se permiten algún extra para los internos. Por supuesto, los internos no sólo no lo agradecen sino que acogen cualquier cambio en los menús habituales con un entusiasmo digamos que bastante tibio. El interno medio, las cosas como son, es de por sí un individuo muy desconfiado. La universidad de la vida, esa en la que también estudió Ramoncín, le ha enseñado que sus congéneres intentarán aprovecharse de él siempre que vea una oportunidad y que si, por ejemplo, te encuentras un billete de cincuenta euros tirado en el suelo lo más probable es que sea una trampa, y que alguien salte sobre ti y te sodomice tan pronto como te agaches a recogerlo. Y así, entre un bogavante desconocido y el sanjacobo de toda la vida, siempre escogerá el sanjacobo, muchas gracias.
Recuerdo una ocasión en que la Administradora del Centro Penitenciario pasó por delante de la lonja, una mañana, y decidió entrar. No sé exactamente qué pasó, pero el caso es que consiguió una buena partida de sardinas recién pescadas, y las hizo transportar inmediatamente a la cocina del centro. Allí, los internos de cocina tuvieron que trabajar extra para destripar, enharinar y finalmente freír todo aquello, muy a su pesar. Con lo fácil y limpio que hubiera sido preparar unas croquetas de las que vienen congeladas.
Bueno, el caso es que aquel día hubo sardinas frescas para cenar, y alguno incluso se llevó más de lo que esperaba. Sólo había que prestar oído a las conversaciones en la cola del reparto para darse cuenta de que la novedad, como todas las novedades intramuros, no era bien acogida.
- ¿Que hay hoy para cenar?- Preguntaba algún interno.
- Sardinas fritas.- Contestaba otro.
- Bah, paso. A saber cuánto tiempo lleva eso en la nevera.- Y no les intentes convencer de que son frescas, que van a pasar de ti. Lo sé por experiencia. El problema vino cuando uno de ellos hizo un comentario despectivo delante de un interno de reparto, que a la vez era pinche de cocina y se había pasada unas cuantas horas destripando pescado. La cosa fue así.
- ¿Qué tenemos hoy?-
- Sardinitas fritas.-
- Buh, pesca. No se la comía a mi madre, os la voy a comer a vosotros.- Esto le sentó al interno de reparto como un bofetón, saltaba a la vista. Pero estuvo rápido en la respuesta.
- Es que a ver quien es el guapo que se lo come a tu madre. Seguro que huele a lonja más que éste.-
A mi me pareció que la contestación no carecía de ingenio, pero claro, todo en la vida es opinable.
La suerte que tuvo el interno de cocina fue que su interlocutor había apoyado la bandeja metálica en la encimera, y le golpeó con la mano abierta. Si le pega un bandejazo en la cabeza, lo deja seco. De esta manera, todo quedó en un forcejeo y en un par de internos que pasaron la noche en el módulo de aislamiento con arreglo a lo que dicta el artículo 72 del Reglamento Penitenciario.
A la mañana siguiente, mientras el Jefe de Servicios y yo meditábamos sobre la conveniencia o no de acompañar el café de media mañana con algo de bollería, la Administradora se dejó caer por la cafetería.
- ¿Les gustó a los internos la cena de ayer?.- El Jefe de Servicios sonrió sin que la tristeza abandonara su mirada, y contestó mirándole a los ojos:
- Hacía tiempo que no teníamos una cena tan animada.-
La Administradora se marchó, muy alegre. El Jefe me miró. Yo lo miré.
- ¿Qué le iba a decir?. Si los internos son unos putos desconfiados, la culpa no es suya.-
Me encogí de hombros. Me daba igual. De momento, a mi no me pagan por pensar.
Yo no soportaría hacer ese trabajo. En una ocasión, echando una mano al compañero que ocupaba ese puesto, me dieron ganas de coger del cuello al proveedor y dar el cambiazo con un interno. Qué delincuente en potencia, por dios. Y lo peor es que si algo no cuadra a final de mes, el marrón es tuyo. Y siempre habrá quien sospeche que tus errores no son tales, sino que estás conchabado con algún repartidor para hacer algún chanchullo y llevarte un dinero calentito.
Con todo, estos chicos consiguen que nunca falte de nada, que casi todos los domingos haya paella y un cuarto de pollo asado (que no es como el que prepara mamá, pero que me los he comido mucho peores en chiringuitos y me los han cobrado a precio de puta) y, a veces, cuando consiguen una oferta especial, hasta se permiten algún extra para los internos. Por supuesto, los internos no sólo no lo agradecen sino que acogen cualquier cambio en los menús habituales con un entusiasmo digamos que bastante tibio. El interno medio, las cosas como son, es de por sí un individuo muy desconfiado. La universidad de la vida, esa en la que también estudió Ramoncín, le ha enseñado que sus congéneres intentarán aprovecharse de él siempre que vea una oportunidad y que si, por ejemplo, te encuentras un billete de cincuenta euros tirado en el suelo lo más probable es que sea una trampa, y que alguien salte sobre ti y te sodomice tan pronto como te agaches a recogerlo. Y así, entre un bogavante desconocido y el sanjacobo de toda la vida, siempre escogerá el sanjacobo, muchas gracias.
Recuerdo una ocasión en que la Administradora del Centro Penitenciario pasó por delante de la lonja, una mañana, y decidió entrar. No sé exactamente qué pasó, pero el caso es que consiguió una buena partida de sardinas recién pescadas, y las hizo transportar inmediatamente a la cocina del centro. Allí, los internos de cocina tuvieron que trabajar extra para destripar, enharinar y finalmente freír todo aquello, muy a su pesar. Con lo fácil y limpio que hubiera sido preparar unas croquetas de las que vienen congeladas.
Bueno, el caso es que aquel día hubo sardinas frescas para cenar, y alguno incluso se llevó más de lo que esperaba. Sólo había que prestar oído a las conversaciones en la cola del reparto para darse cuenta de que la novedad, como todas las novedades intramuros, no era bien acogida.
- ¿Que hay hoy para cenar?- Preguntaba algún interno.
- Sardinas fritas.- Contestaba otro.
- Bah, paso. A saber cuánto tiempo lleva eso en la nevera.- Y no les intentes convencer de que son frescas, que van a pasar de ti. Lo sé por experiencia. El problema vino cuando uno de ellos hizo un comentario despectivo delante de un interno de reparto, que a la vez era pinche de cocina y se había pasada unas cuantas horas destripando pescado. La cosa fue así.
- ¿Qué tenemos hoy?-
- Sardinitas fritas.-
- Buh, pesca. No se la comía a mi madre, os la voy a comer a vosotros.- Esto le sentó al interno de reparto como un bofetón, saltaba a la vista. Pero estuvo rápido en la respuesta.
- Es que a ver quien es el guapo que se lo come a tu madre. Seguro que huele a lonja más que éste.-
A mi me pareció que la contestación no carecía de ingenio, pero claro, todo en la vida es opinable.
La suerte que tuvo el interno de cocina fue que su interlocutor había apoyado la bandeja metálica en la encimera, y le golpeó con la mano abierta. Si le pega un bandejazo en la cabeza, lo deja seco. De esta manera, todo quedó en un forcejeo y en un par de internos que pasaron la noche en el módulo de aislamiento con arreglo a lo que dicta el artículo 72 del Reglamento Penitenciario.
A la mañana siguiente, mientras el Jefe de Servicios y yo meditábamos sobre la conveniencia o no de acompañar el café de media mañana con algo de bollería, la Administradora se dejó caer por la cafetería.
- ¿Les gustó a los internos la cena de ayer?.- El Jefe de Servicios sonrió sin que la tristeza abandonara su mirada, y contestó mirándole a los ojos:
- Hacía tiempo que no teníamos una cena tan animada.-
La Administradora se marchó, muy alegre. El Jefe me miró. Yo lo miré.
- ¿Qué le iba a decir?. Si los internos son unos putos desconfiados, la culpa no es suya.-
Me encogí de hombros. Me daba igual. De momento, a mi no me pagan por pensar.
Esos compañeros.... Ministros de economía!!!.
ResponderEliminar(La pasta que ganarán McDonals y similares)😱.
No dejes de publicar, muy fan!!
¡cada día mejor!
ResponderEliminarVaya, gracias. Con gente como vosotras para leer, quién se podría negar a seguir escribiendo.
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