Familia Extendida
No se acababa de estar a gusto en el patio.
En medio de aquel páramo manchego, en aquella precisa mañana de otoño, pensaba Salva, si te quedabas a la sombra del alero de metal te acababas resfriando. La otra opción era ponerse al sol, claro. El sol brillaba alto en el cielo, hacía daño sólo mirar su reflejo en el hormigón de las paredes. Pero al sol no aguantabas más de diez minutos sin despojarte del forro polar por el calor. Y era un calor engañoso. Porque el aire, en realidad, estaba frío, y cualquier corriente inesperada te podía acabar causando una pulmonía. O el covid ese, y Salva sintió un escalofrío, un poco porque en ese momento preciso estaba en una zona de sombra, pero sobre todo porque para una persona como él, con los bronquios quemados por el amoniaco de fumar bases, el contagio de coronavirus, o la pulmonía, se podrían convertir muy fácilmente en una condena a muerte. Tenía que proteger sus pulmones.
Salva apretó el paso en su órbita por el interior del patio, para intentar que el cansancio le ayudase a distraerse a la vez que entraba en calor, pero no aguantó mucho. Estaba ya cansado y, tuvo que admitirlo, lo que de verdad le apetecía en ese momento era un pitillo. Porque hay que cuidar los pulmones, si, pero tampoco es cuestión de sufrir un ataque de ansiedad.
Eso le planteó un nuevo problema. Porque no tenía tabaco, y hasta el miércoles, Salva no iba a cobrar los cuarenta euros que cada semana le ingresaba su madre en la cuenta de peculio. Y un miércoles está muy lejos cuando es domingo y cada día, como todos los días en la cárcel, se alarga como si fueran tres.
Había que buscar a alguien que tuviera tabaco y estuviese dispuesto a compartir un cigarrillo. Salva se irguió cuan alto era (no mucho, lo normal) y giró sobre sus talones para hacer un recorrido visual alrededor del patio. En una de las esquinas vio a Poblete. Estaba fumando.
Poblete serviría.
En la esquina sur del patio, calentándose la espalda al sol, Poblete conversaba animadamente con Cózar y Moya, dos yonquis de la vieja escuela que se habían sentado frente a él, con la espalda apoyada contra el cemento del muro exterior. Bueno, conversar es mucho decir, pensó Salva mientras se acercaba. ´Menudo rollo les está soltando. Y seguro que sé de qué va.'
Poblete era un chaval de en torno a los veinticinco años, que apenas llegaba al metro setenta de estatura menos cuando se ponía sus Nike Air Max, lo cual era casi siempre. Tampoco era muy espabilado. Pero no era mala persona, para lo que había en aquel ambiente, claro, y su falta de luces le dotaba de una candor que le hacía ser bastante querido entre el resto de internos. Poblete nunca se metía con nadie, y siempre tenía una sonrisa para ofrecer a cualquiera. Y aunque fuese una sonrisa bobalicona, una sonrisa que no era sino la carencia de otra expresión más adecuada, eso en la cárcel se agradecía.
Desde hacía ya varios meses, y eso lo sabía Salva y lo sabía todo el talego, Poblete había iniciado una relación con Arlene. Arlene era una espectacular mulata brasileña, que respondía en su documentación al nombre de Donato Veiga. Residía en el módulo de enfrente, por lo que no compartían patio. Pero, y esto Salva lo había vivido, eso no había sido impedimento para que Poblete y Arlene hubiesen pasado por todas las fases por las que pasa una relación intramuros.
Tras intercambiar miradas tímidas que cada vez lo eran menos, siempre que se cruzaban por los viales que unían los diferentes módulos en las ocasiones en que los funcionarios los llevaban al médico o a sus destinos de trabajo, habían pasado a gritarse palabras de amor cada vez más encendidas desde la celda de uno a la de la otra. Después, cartas apasionadas, y una vez que mediante esas cartas pudieron demostrar que había una relación y que ésta duraba más de seis meses, solicitaron comunicarse. Primero mediante locutorios, y luego ya de forma íntima. Y se les concedió. Pero al parecer, escuchó Salva, la cosa todavía tenía más recorrido.
- ... y la trabajadora social me va a traer esta semana los papeles, y se los firmo y ya vamos para alante.- Acertó a escuchar Salva, mientras se acercaba al grupo.
- ¿Para alante con qué, Poblete?- preguntó Salva para meterse en la conversación. Poblete lo acogió con una sincera sonrisa de oreja a oreja. Era la única forma que tenía de sonreír, las cosas como son. Pero a Salva casi nunca le habían sonriendo así, y sintió un poquito menos de frio. Sólo un poquito.
- Heyyy Salva, ese valenciano bueno!!. Pues les estoy contando que me caso, tío. En cuanto tenga los papeles. Con Arlene, la del módulo 7.- Poblete estaba radiante con la alegría de la anticipación, como lo estaría un niño que sabe ha sido bueno antes de la noche de reyes.
Salva sonrió, confuso, intentando como pudo enmascarar su sorpresa. El matrimonio entre hombres era algo habitual ya en la calle, e incluso intramuros. Algo no sólo legal, sino aceptado socialmente por una mayoría.
Una mayoría entre la que no se encontraba la madre de Poblete. Tras ser abandonada por el padre de su hijo poco antes de dar a luz, había dedicado su vida a Cristo. Harta de traiciones , renunció a los hombres de carne y hueso y se entregó en cuerpo y alma a un amante menos carnal; ahora era una sierva de Jesucristo, beata de las de vestir hábito. Esto Salva lo sabía porque Poblete se la había presentado un día a la puerta de la prisión, cuando ambos habían coincidido regresando de un permiso. Con una involuntaria falta de tacto, le habían preguntado a su compañero qué era esa ropa tan cutre que llevaba su madre, y se había ganado una devastadora mirada de la buena señora. Bueno, el cilicio que llevaba a la cintura también le habría dado una pista... Si Salva hubiera sabido qué es un cilicio, claro.
El caso es que no parecía la clase de persona dispuesta a aceptar un nuevo miembro en la familia sin luchar, y menos aún un miembro así, un pedazo de miembro, según se comentaba en el patio. En cuanto su madre conociese a Arlene se iba a armar la de dios, y Poblete era a todas luces (las que le faltaban) demasiado ingenuo para caer en la cuenta. Salva sintió curiosidad, y a punto estuvo de preguntarle si no se había planteado que quizá su madre no viese con buenos ojos que se casase con lo que, a poco que te fijases, saltaba a la vista que era un tío. Pero en realidad, bien podía ser que Poblete se enfadase con él por amargarle la mañana con su comentario y no le diese un pitillo. 'Y aquí hemos venido a fumar'. Así que suavecito.
- ¿Y ya conoce a tu madre?- Preguntó Salva con cautela, para seguir la conversación sin riesgo de meter la pata.
- Síii,- la sonrisa de Poblete se ensanchó aún más , por imposible que pudiera parecer, y a Salva le dió la impresión de que en cualquier momento la parte de arriba de su cabeza podría bascular hacia atrás como un dispensador de caramelos PEZ.- Doña Isabel, la psicóloga, nos consiguió un vis a vis familiar para los tres, para que se la pudiera presentar en condiciones.-
- ¿Y cómo fue?,- preguntó Salva con sincera curiosidad.
- Pues muy bien. Mi madre abrió mucho los ojos al verla.- 'Como para no abrirlos', pensó Salva - Pero luego se llevaron muy bien. Vaya, que mi madre ni parpadeó en toda la visita. Y al día siguiente, cuando hablé con ella por teléfono, me preguntó si podría comunicar con ella a solas para conocerla mejor.-
- Ya...- Comentó Salva, con la mosca detrás de la oreja.- ¿Y han comunicado?-.
-Siiii. Dos veces por cristales, y una por vis a vis. Se lo permitió otra vez doña Isabel, como excepción. Le estoy muy agradecido.-
- Por vis a vis. Caray, qué suerte.-
- Siii. Mi madre está muy contenta, la ultima vez que me nos vino a ver venía maquillada y con un vestido nuevo. No la veía vestida así desde que se fue mi padre. Arlene también me dice que disfruta mucho sus visitas.-
- Mira qué bien.- Salva visualizó en su mente a Arlene. La verdad es que, si pasabas por alto el maquillaje y los implantes pectorales, Arlene tenía el cuerpo fibrado de un bailarín. Sí, como hombre no carecía en absoluto de atractivo.
- Y lo mejor es que mi madre me ha dicho que, como Arlene va a salir en libertad antes que yo, se puede ir a vivir con ella. La verdad es que estoy muy contento.-
- No es para menos. Seguro que acabas jugando al tute los tres.- Poblete se mostró confuso.
-Yo no sé jugar al tute...-
- Es igual. Es una tontería que oí en una película... Mira una cosa, ¿tienes un pitillo?.
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