Nazis morenitos

 El Jefe de Servicios llegó al módulo a paso rápido. Hizo una señal con la mano en la que sujetaba el 'walkie', y la puerta corredera de acceso se deslizó hacia un lado con un ronroneo eléctrico.   Accedió con impaciencia al rastrillo de entrada. La puerta por la que acababa de pasar se cerró tras el  y una idéntica, que tenía delante y hacía esclusa con la primera, se descorrió después.

  Entró por fin a la sala de televisión del módulo, una habitación de techos altos y casi veinte metros de largo. Allí le esperaban los dos funcionarios de servicio en el mismo, flanqueando a un interno bajito al que su cabeza agachada hacía parecer más pequeño todavía. El Jefe fue al grano.

 - A ver, ¿que ha pasado aquí?- Mario, el encargado del módulo, le puso algo en la mano. Era una pieza metálica de bordes irregulares. Con una forma más o menos rectangular, de unos diez centímetros de largo por tres de ancho y un par de milímetros de grosor, estaba afilada en dos de sus lados y se le había enrollado un trozo de tela en otro, formando una especie de cúter artesanal.

 El Jefe lo sopesó cuidadosamente.

- ¿Es esto tuyo?- su voz sonó como un rugido. Eran casi las nueve de la noche, hora del recuento, de presentar los informes del día... La hora de hacer mil cosas, y en cambio ahí estaba, perdiendo el tiempo porque a un caco gilipollas se le había caido un pincho delante de un funcionario.

- ¡Que si es esto tuyo! ¡No te lo vuelvo a repetir!- El interno se encogió, asustado. Así, casi enrollado sobre sí mismo, no abultaba más que un niño de doce años. Un niño muerto de miedo, temblando casi sin control. 

 Por fin, los espasmos se fueron calmando, y su cabeza acertó a asentir. 

- Si... Si, don Jesús. Es mío.- Jesús, el Jefe de Servicios, se calmó un poco. Tenía una respuesta, y parecía que todo se iba a encauzar bien y rápido. Quizá, ¿quien sabe?, hasta consiguiese cenar a su hora. 

- Bueno,- y su voz ya no era un rugido. Sonaba grave, pero cálida. Casi paternal. Jesús era el poli malo y el poli bueno a la vez, un arte  que si se  domina en solitario es más efectivo que cuando lo hacen dos personas - y dime, chico. ¿Para qué quieres esto?.-

El interno, ya dueño de sí mismo, se irguió en toda la magnitud de su metro cincuenta, y contestó altivo:

 - Porque soy de extrema derecha, y los moros y los panchis del módulo vienen todos a por mí.-

 Jesús miró al interno. Con atención. Bajito, escuchimizado. Pesaría unos cincuenta kilos, si le cargases un balón medicinal a la espalda. Moreno y renegrido, y con acento de algún rincón del sur de España que no acertaba a identificar. Intentó imaginárselo marchando victorioso sobre Polonia... No lo consiguió.

Finalmente Mario, el encargado del módulo, puso palabras a sus pensamientos.


- A ver... Muy ario, no pareces.- El interno torció el gesto y se encogió de nuevo, muy levemente esta vez, y pareció sentir una punzada en el estómago. Las palabras de Mario le habían  hecho daño.

- Bueno, llevo todo el cuerpo tatuado con esvásticas, don...- Dijo a modo de justificación. 

Jesús se apretó el puente de la nariz con el índice y el pulgar de su mano. Como si le estuviese empezando a doler la cabeza, pero sin el como.

- Vale... ¿Le habéis cacheado?- Mario asistió en silencio. - Pues que tu compañero se lleve al 'ario' ( y las comillas casi se pudieron  oír) a aislamiento, y tu quédate aquí a redactar el informe. Me voy a Jefatura, espero el informe en diez minutos.-


  Jesús se fue andando hacia Jefatura, solo y en silencio. 

'Esvásticas por todo el cuerpo', pensaba. 'Ahí estaba el truco'. Si lo llega a saber Michael Jackson, la de blanqueante que se hubiera ahorrado.

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