Narco VI
Poco a poco se le fue aclarando la visión, y lo primero que Jaramillo alcanzó a pensar fue que no se había dado cuenta al entrar en los lavabos del precioso color bermellón de las baldosas del suelo. Lo segundo que pensó fue que debía llevar horas allí tirado. Pero ambas percepciones eran erróneas, claro, y en cuanto su mente se aclaró un poco se dio cuenta de ello. En realidad, no hacía ni medio minuto que había caído al suelo, y el color bermellón del terrazo lo formaba la sangre que goteaba de su nariz hasta casi chorrear.
Jaramillo se levantó muy despacio, en parte porque no quería resbalar en su propia sangre, pero sobre todo porque temía volver a caer si intentaba moverse más rápido. Se encontraba mal, muy mareado, y su nariz, que se había roto al caer de bruces, latía con cada bombeo de su corazón. Pero había algo más, un dolor no tan intenso pero más desconcertante, en la parte de atrás de su cuello. Un desagradable hormigueo que le hacía arder la piel, y que no tenía ni idea de a qué podía ser debido.
Finalmente logró mantener una postura relativamente vertical, e intentó tocarse la nariz. El dolor subió como un relámpago hasta su cerebro, y bajó la mano inmediatamente. Miró hacia adelante. Bloqueándole el paso, frente a la puerta de salida al patio general, estaban el viejo propietario del cuchillo, y su socio. El grandullón abría y cerraba su mano derecha, para aliviar la picazón de su palma. Jaramillo, a pesar de estar aún aturdido, lo vio claro. El 'machaca' del viejo lo había derribado de una fuerte colleja. Ni siquiera se había molestado en darle un puñetazo. En otras circunstancias se habría sentido profundamente humillado pero, aquel día, en aquel lavabo, dio gracias a dios en silencio por no haber permitido que aquel animal le golpease con el puño cerrado.
Jaramillo los miró. Ellos lo miraron. El viejo tenía una mirada aburrida y cansada, como la del que lleva veinte minutos aguardando en una cola. Aquel aprendiz de delincuente no había llegado ni siquiera a enfadarlo. Jaramillo lo notó, y sentir el desprecio de aquel a quien hasta aquel momento había considerado como un 'primo' hizo que otra descarga de dolor subiese a su cerebro desde su partida nariz. O quizá sólo fuese que, involuntariamente, había intentado fruncir el ceño, y su sistema nervioso le recordó que en las próximas horas cualquier intento de expresión facial iba a costarle un precio.
El grandullón, el 'machaca' del viejo, también lo miraba, pero en su caso con un gesto de cabreada confusión que, por otra parte, era su expresión casi todo el tiempo que estaba despierto. Aquel gigante no comprendía muy bien al mundo y sus habitantes, pero había aprendido con los años que poner cara de mala hostia, cuando se medía casi dos metros, era una forma muy eficaz de evitar el contacto con otros humanos, lo que le resultaba muy satisfactorio.
El cruce de miradas se dilató unos pocos segundos más, hasta que el viejo, finalmente, extendió su brazo derecho ante sí con la palma vuelta hacia arriba. Estaba claro que ni siquiera se iba a molestar en pedírselo. Jaramillo hurgó en el bolsillo derecho de su chaqueta de chándal, sacó el cuchillo, y se lo puso en la mano al viejo, que lo hizo desaparecer dentro de su mono de trabajo. Luego, se giró, chasqueó los dedos delante de la cara del grandullón para sacarlo de su estupor, y salieron uno detrás de otro de los lavabos en silencio, en el mismo silencio que habían mantenido durante toda la escena.
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