Intermedio
Era sábado, y en principio la cosa no podía pintar mejor.
Tenía destino de recintero, que quiere decir que estás encargado de facilitar el acceso a la prisión a los vehículos que vienen del exterior (en colaboración estrecha con la Guardia Civil) y controlar sus movimientos una vez dentro de la misma (eso ya tú solo). Entre semana hay bastante trabajo, eso es verdad. Pero el fin de semana estar de recintero quiere decir que vas a estar toda la mañana intentando combatir el aburrimiento, porque ningún vehículo va a intentar entrar o salir de la cárcel si no es una emergencia. Y que el resto de compañeros te van a utilizar como comodín, para que los releves de vez en cuando y se puedan escaquear a tomar un café. Ni mas ni menos.
Las once de la mañana me encontraron en el acceso del módulo 8. Tomando un café con Jacobo, el Jefe de Cocina, que también se estaba escabullendo un ratito de sus tareas. Y hablando de aviones, que es una afición que tenemos en común. Pasando el rato.
Como encargado de la dependencia estaba José. José, creo que no os he hablado nunca de él, es una de esas personas que nació para ser funcionario. Que está dotado de esa extraña mezcla de cualidades que le hacen idóneo para el acceso a esta profesión, como son el tener, por un lado, una memoria que se medía en Teras antes de que esta unidad de medida siquiera existiese. Y por el otro, una absoluta carencia de las más básicas habilidades sociales.
Ambas características han permitido a lo largo del tiempo, a él y a los que son como él, el pasar sin dificultad unos exámenes de oposición eminentemente memorísticos, a la vez que les impedían el acceso a la empresa privada, pues nadie en sus sano juicio les contrataría después de una entrevista personal. Doble combo.
Pero José es buen tío, no os hagáis una idea equivocada de él. Simplemente es un poco peculiar. Que todos lo somos, si. Pero él lo es más. Como tiene que serlo, por cojones, un fulano que recuerda sin dudar un instante la alineación titular del Recreativo de Huelva en la temporada 82-83, o en qué número exacto de la colección Daredevil y Elektra sucumbieron a lo evidente y se cogieron una habitación para consumar. Porque lo suyo son el fútbol y los cómics de superhéroes, y lo son sin mesura.
En aquel momento José terminó el cuarto de los quince o veinte comic-books con los que se castiga la retina a diario. Inmediatamente cogió el quinto, de una pila de unos diez centímetros de grosor situada a su derecha. No le estaba prestando mucha atención al patio, pero lo cierto es que la cosa estaba muy tranquila. Que a veces no lo ha estado, y José tampoco le ha prestado atención, pero eso ya es otra historia.
Un par de internos, a los que apodábamos el siete y el once porque ocupaban las celdas siete y once de la galería dos y porque, como el siete y el once, eran primos, se acercaron la ventanilla de José a pedirle una instancia para solicitud de permisos. José se la entregó a la primera, con un elegante giro de muñeca, y sin dignarse mirarlos ni a ellos, ni a la instancia, ni a la ventanilla. Sin levantar siquiera la mirada del cómic de Nick Furia que en ese momento acaparaba el 100% de su atención.
Una habilidad perfeccionada a través de varios años de servicio.
Los internos cogieron la instancia, asombrados, y se alejaron comentando la jugada. Desde nuestra posición, a la derecha de la garita de acceso y pegados al lado sur del patio, Jacobo y yo pudimos oírlos perfectamente.
- Yo ilucino (sic) con el guardia.- Decía Once. - Tol' día leyendo cuentos.- Siete le daba la razón con un movimiento de cabeza, y añadió;
-¿Has visto que pila tiene? ¡Un montón así!.- Y abrió los brazos todo lo que pudo.
Jacobo y yo no pudimos evitar romper a reír. Desde su mesa frente a la ventanilla, José fingió no hacernos ni puto caso, pero se quedó con la oreja conectada en nuestra dirección, por si nos estábamos riendo de él. Y es que para ser buen funcionario, ser un poquito cotilla y algo paranoico a veces viene muy bien. En este curro, todos lo somos un poco.
Jacobo y yo seguimos hablando de nuestras cosas un rato más, pero era evidente que José seguía espiándonos. Así que, un poco por fastidiar y un poco por echarnos unas risas, Jacobo decidió tenderle una trampa. Elevó un poquito más el tono de voz, y me espetó:
- Jaime, ¿tú sabes cuál es el superhéroe que más folla?.-
- Pues no...- Respondí. Jacobo hizo una pequeña pausa, para añadir dramatismo, y me dio la respuesta.
- ¡Torrezno!.- José dio un respingo. Su trasero se levantó más de un palmo de la silla en la que reposaba hasta entonces. Y no fue poco milagro, porque ese culo no era el de una anoréxica. Para nada. Pero una burrada así era mucho más de lo que el fanático de los cómics que había en él podía soportar.
- ¡Es Lobezno, animal!.- Nos gritó. Jacobo y yo nos retorcíamos de risa en el suelo.
- ¡Atiende a lo tuyo, cotilla!.- Le acertó a contestar Jacobo, entre hipos. José estaba que echaba humo. Recogió todos sus cómics, los guardó en su mochila, y me dijo mientras se encaminaba a la puerta, hecho todo él un gigante de dignidad ofendida:
- Me voy a por un café. Quédate aquí diez minutos.-
El Jefe de cocina y yo nos seguimos riendo un buen rato. Después, él se volvió a su departamento, y yo me quedé allí, sólo, al mando de la oficina de acceso.
No sabía la que me esperaba.
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