Shrek II
La llamada era de Jefatura de Servicios, y desde allí una voz cargada de autoridad requería mi presencia. No se dignó a explicar para qué antes de colgar. Tampoco reconocí la voz, pero eso no tenía nada de raro, porque sólo llevaba trabajando en aquel Centro unos pocos días. Agradecí la oportunidad de ausentarme de mi despacho durante unos minutos. Lo cierto es que entre lo aburrido de la conversación y mi esfuerzo en mantener la mirada baja para no ser sorprendido pasmado ante el escote de María del Mar, ya había estado a punto de quedarme dormido un par de veces. Así que me levanté, murmuré una disculpa, y salí de la estancia, no sin antes aprovechar mi nueva y privilegiada posición para echar desde arriba un último vistazo a los encantos de la Trabajadora Social.
Abandoné el departamento y emprendí el corto camino hacia Jefatura de Servicios. Me preguntaba quién estaría de guardia aquel día, y con qué tipo de demanda me iba a sorprender. Las posibilidades jugaban en mi contra. De los diez Jefes de Servicio que se turnaban en aquel Centro Penitenciario había conocido ya a seis o siete, y sólo en unos de los casos la expresión 'es un placer' con la que les había estrechado la mano se había correspondido con la realidad. En los otros, lejos de un placer, la experiencia había sido un sinsabor. Y esperaba que con el tiempo el tener que trabajar con ellos no acabase siendo un problema.
En aquella prisión, ya lo he dicho antes, nadie duraba demasiado tiempo. No duraban mucho los internos, porque tanto si eran peligrosos como si no, o si simplemente querían trabajar o estudiar para hacer más llevadera su condena, eran trasladados rápidamente a otros Centros donde se les pudiera clasificar y separar adecuadamente conforme a las indicaciones del Reglamento Penitenciario.
No duraban tampoco los funcionarios por debajo del puesto de Jefe de Servicios. Aquello estaba muy lejos, el alojamiento y la comida resultaban prohibitivos, al igual que los viajes, y el complemento con que la Secretaría General nos premiaba en la nómina era de una cuantía mísera por no decir insultante. Por encima de los Jefes de Servicios, los mandos de la prisión estaban en la misma situación que nosotros. Eran novatos, habían recalado en aquel lugar porque la falta de años de antigüedad les impidió conseguir un destino mejor, y en cuanto consiguiesen consolidar nivel abandonarían aquel valle de lágrimas sin echar la vista atrás.
Pero esta movilidad de plantilla tenía una consecuencia inesperada. Salvo muy contadas excepciones, todos los recién llegados nos tomábamos el trabajo bastante en serio. Quizá por demostrar nuestra valía, quizá porque en el fondo éramos demasiado inexpertos como para saber escaquearnos de nuestro deber sin que se notase. La cosa es que todo el mundo intentaba cumplir con su cometido, y si algo no salía como debía, era fruto de la lógica falta de experiencia y no de la pereza o la dejadez. Todos poníamos interés en lo nuestro.
Todos, menos la mayoría de los Jefes de Servicios. Cada regla tiene su excepción, y ellos eran los únicos de toda la plantilla que no acababan de llegar allí y que no estaban contando los días para marcharse. Eran restos de serie, modelos que ya no fabrican, como los definió ante mí otro compañero. Individuos demasiado vagos, o resabiados, o directamente demasiado viles como para convivir durante años con otros funcionarios, habían rebotado de una prisión a otra hasta acabar arrojados por la marea en aquel penal. El único sitio de donde no tendrían que irse a los pocos años, porque era el resto de la plantilla la que se iba a marchar. El único sitio donde no se iba a notar que no daban palo al agua, porque tanto superiores como subordinados estaban deseando trabajar. Y, también, el único sitio donde se toleraban sus impertinencias, porque, para lo que nos quedaba allí, la mayoría preferíamos no buscarnos líos.
Y si alguno destacaba por sus cualidades, si alguna de esas joyas brillaba por encima de las demás, ese era Shreck.
Ahora mismo podría cogeros a cualquiera de vosotros que estáis leyendo esto, poner ante vuestros inocentes ojos a cincuenta personas elegidas al azar, y deciros: - A uno de estos cincuenta le apodamos Shrek.-. Y todos señalaríais al mismo individuo. Era idéntico, el tío, en todos y cada uno de los rasgos de su anatomía. Incluso una de sus orejas tenía una extraña forma de coliflor, fruto al parecer de un golpe en su juventud. Golpe que sin duda se había merecido, porque todos y cada uno de sus defectos físicos iba unido a ausencia de virtudes en el carácter. Shrek era tan maleducado, prepotente, envidioso e incompetente como aguda era su voz, abultado su vientre, corta su estatura y obtusa su mente. No le faltaba ni un detalle, a la perla. Cierto es que no era verde, pero una enfermedad circulatoria le daba a su piel un tono rojo azulado igualmente antinatural. O eso o, como otro compañero apuntó, lo mismo es que entre los ogros también hay razas.
Así que vistas las opciones que me esperaban al otro lado de la puerta de Jefatura, os podéis imaginar el ánimo con el que golpeé la misma con los nudillos. Escuché un 'Adelante', abrí, y resultó que era mi día de suerte. Sentado al otro lado del escritorio estaba Joseba, un chavalote de un pueblo de la provincia de Vitoria que había cambiado los verdes montes por las achicharradas playas en busca del ascenso a Jefe de Centro. Por supuesto, no hace falta que os lo recuerde, estaba deseando consolidar niveles y largarse a su casa. Y por supuesto también, como Jefe de Centro novato, se esforzaba en hacer su trabajo lo mejor posible. Tanto, que en esos momentos era Jefe de Servicios en funciones.
- ¿Qué haces aquí?, solté a modo de saludo. Joseba levantó la cabeza de unos documentos.
- Pues ya ves. El Jefe dijo que esto estaba tranquilo, así que me dijo que me quedase yo aquí que él se iba a su casa a vigilar una reforma que está haciendo,- me explicó.
- Ah. Pues qué de puta madre, ¿no?.- Intenté ser sarcástico, pero Joseba eso del sarcasmo no lo pillaba a la primera, y se lo tomó literalmente.
- Pues sí, me cago en dios, porque al menos no le tengo por aquí dando por culo. Total, iba a tener que hacer su trabajo y el mío de todas formas.- Ahora que lo recuerdo, ni siquiera le pregunté quién estaba de servicio aquel día. Posiblemente Shrek, pero la verdad es que cualquiera de los titulares de la plaza era perfectamente capaz de aquel comportamiento.
- Bueno, ¿y que pasa?.- Me preguntó Joseba.
- Pues no sé. Tú me has hecho venir.- Joseba parecía confundido al principio, pero lentamente una luz se fue haciendo en su mirada.
- Ah, si. Toma,- me dijo, acercándome un par de folios unidos por una grapa - tus cacheos para el día de hoy.- Cada día se cacheaban una o dos celdas, por rutina. Cosas del Subdirector de Seguridad.
- Pues ya podías habérmelo traído tu hasta el módulo.- Protesté, sin muchas ganas. Joseba volvió a levantar la vista de sus papeles, y me mandó a la mierda. Me fui de vuelta al módulo, que tampoco es tan diferente.
Al acercarme a la cancela que daba acceso al módulo, algo raro me llamó la atención. Desde mi posición se podía ver parte de mi despacho, porque la puerta estaba abierta, y las sillas donde hasta hacía cinco minutos permanecían sentadas María del Mar y Flora estaban ahora vacías. No habían podido salir del módulo, porque yo había cerrado la puerta al salir. Y las opciones fuera de mi despacho no eran muchas, porque dudaba sinceramente que por propia iniciativa hubiesen decidido bajar las dos al patio a codearse con la población interna... Imaginándome ya situaciones alarmantes, busqué en mi manojo de llaves la que abría la puerta del departamento, y entré.
Las vi, a las dos, en cuanto asomé la cabeza por la puerta de mi oficina. Estaban de pie, ligeramente apoyadas una a cada lado de la ventana que permitía controlar el patio. Ellas no me vieron a mí, sin embargo, porque algo captaba poderosamente su atención. Los ojos de María del Mar brillaban, y Flora se mordía el labio inferior. Avancé un paso en silencio, estirando el cuello como una tortuga a punto de ganar una carrera por una cabeza de distancia, a ver si me enteraba de lo que estaba pasando.
En el patio, Anatoli había terminado sus sesión de pesas antes de tiempo, obligado por un sol de justicia, y se untaba el cuerpo con crema bronceadora. Luego, se remetió el tanga azul un poquito más, por imposible que pudiese parecer, y se dispuso a tumbarse en una toalla. Aquello empezaba a parecer una peli de gladiadores, y había por lo menos dos espectadoras disfrutando plenamente de la proyección. Decidí romper la magia.
- Chicas, ¿qué?. ¿A cómo está la carne en el mercado?.- Ambas dieron un respingo a la vez. Flora se echó a reír, un poco por nerviosismo. Maria del Mar, sin embargo, levantó la cabeza haciendo alarde de gran dignidad y, mientras se abrochaba el botón de la chaqueta, me espetó:
- Pues sí hombre, como que voy a estar yo mirando a los guarros estos. Como si no tuviera hombre de sobra en mi casa.- Y salió del módulo dando rápidos pasitos y levantando la nariz con aire ofendido.
Mudo por el asombro, me senté cuidadosamente en mi silla. A mi derecha, la risita nerviosa de Flora había desembocado en un torrente de carcajadas tras la airada respuesta de María del Mar.
Porque, no os lo había dicho, Maria del mar estaba casada con Shrek. Así, como lo oís. Nadie, ninguno de los que prestábamos servicio en aquel Centro Penitenciario lo entendíamos, porque no podía existir pareja más descompensada en lo físico o intelectual, o incluso en lo moral, que aquellos dos. Porque uno puede entender que dos personas se casen jóvenes y una envejezca peor que la otra, vale. Pero es que Shrek no era sólo feo físicamente. Era malvado y vil, y eso no es cosa de los años. Ese tipo había sido así siempre.
Y ella no necesitaba el sueldo de él para vivir, no había hijos de por medio (por suerte, volví a pensar) que justificasen que ella no lo abandonase. La mayoría habíamos concluido que, o bien ella negaba de alguna manera la realidad, o tenía uno o varios amantes, o bien sencillamente le gustaban los feos. Aunque acostarte con eso no es que te gusten los feos, seguí pensando. Eso es casi zoofilia.
El caso era que , tras comprobar por mí mismo cómo le brillaban los ojos mirando a Anatoli, y tras la airada respuesta que me había dado defendiendo a su marido, mis teorías se habían ido a pique. Mientras me encontraba yo ahí, en silencio, navegando en un mar de incertidumbre, el ataque de risa de Flora había ido remitiendo. Entre golpes de hipo, se secó las lágrimas con un pañuelo de papel y se dispuso a salir de mi despacho.
- No, yo tampoco le veo explicación.- Me dijo, a modo de despedida. Sus palabras me sacaron instantáneamente de mi estupor. Flora me había leído el pensamiento.
- ¿Como dices?.-
- Que yo tampoco entiendo qué le ve a ese tío- Me aclaró Flora, saliendo ya por la puerta. Finalmente, se me ocurrió algo que contestar.
- Debe tener una polla como un extintor.- Flora rompió a reír de nuevo.
- Ni aún así.- La oí decir mientras se alejaba.- Ni aún así...-
Abandoné el departamento y emprendí el corto camino hacia Jefatura de Servicios. Me preguntaba quién estaría de guardia aquel día, y con qué tipo de demanda me iba a sorprender. Las posibilidades jugaban en mi contra. De los diez Jefes de Servicio que se turnaban en aquel Centro Penitenciario había conocido ya a seis o siete, y sólo en unos de los casos la expresión 'es un placer' con la que les había estrechado la mano se había correspondido con la realidad. En los otros, lejos de un placer, la experiencia había sido un sinsabor. Y esperaba que con el tiempo el tener que trabajar con ellos no acabase siendo un problema.
En aquella prisión, ya lo he dicho antes, nadie duraba demasiado tiempo. No duraban mucho los internos, porque tanto si eran peligrosos como si no, o si simplemente querían trabajar o estudiar para hacer más llevadera su condena, eran trasladados rápidamente a otros Centros donde se les pudiera clasificar y separar adecuadamente conforme a las indicaciones del Reglamento Penitenciario.
No duraban tampoco los funcionarios por debajo del puesto de Jefe de Servicios. Aquello estaba muy lejos, el alojamiento y la comida resultaban prohibitivos, al igual que los viajes, y el complemento con que la Secretaría General nos premiaba en la nómina era de una cuantía mísera por no decir insultante. Por encima de los Jefes de Servicios, los mandos de la prisión estaban en la misma situación que nosotros. Eran novatos, habían recalado en aquel lugar porque la falta de años de antigüedad les impidió conseguir un destino mejor, y en cuanto consiguiesen consolidar nivel abandonarían aquel valle de lágrimas sin echar la vista atrás.
Pero esta movilidad de plantilla tenía una consecuencia inesperada. Salvo muy contadas excepciones, todos los recién llegados nos tomábamos el trabajo bastante en serio. Quizá por demostrar nuestra valía, quizá porque en el fondo éramos demasiado inexpertos como para saber escaquearnos de nuestro deber sin que se notase. La cosa es que todo el mundo intentaba cumplir con su cometido, y si algo no salía como debía, era fruto de la lógica falta de experiencia y no de la pereza o la dejadez. Todos poníamos interés en lo nuestro.
Todos, menos la mayoría de los Jefes de Servicios. Cada regla tiene su excepción, y ellos eran los únicos de toda la plantilla que no acababan de llegar allí y que no estaban contando los días para marcharse. Eran restos de serie, modelos que ya no fabrican, como los definió ante mí otro compañero. Individuos demasiado vagos, o resabiados, o directamente demasiado viles como para convivir durante años con otros funcionarios, habían rebotado de una prisión a otra hasta acabar arrojados por la marea en aquel penal. El único sitio de donde no tendrían que irse a los pocos años, porque era el resto de la plantilla la que se iba a marchar. El único sitio donde no se iba a notar que no daban palo al agua, porque tanto superiores como subordinados estaban deseando trabajar. Y, también, el único sitio donde se toleraban sus impertinencias, porque, para lo que nos quedaba allí, la mayoría preferíamos no buscarnos líos.
Y si alguno destacaba por sus cualidades, si alguna de esas joyas brillaba por encima de las demás, ese era Shreck.
Ahora mismo podría cogeros a cualquiera de vosotros que estáis leyendo esto, poner ante vuestros inocentes ojos a cincuenta personas elegidas al azar, y deciros: - A uno de estos cincuenta le apodamos Shrek.-. Y todos señalaríais al mismo individuo. Era idéntico, el tío, en todos y cada uno de los rasgos de su anatomía. Incluso una de sus orejas tenía una extraña forma de coliflor, fruto al parecer de un golpe en su juventud. Golpe que sin duda se había merecido, porque todos y cada uno de sus defectos físicos iba unido a ausencia de virtudes en el carácter. Shrek era tan maleducado, prepotente, envidioso e incompetente como aguda era su voz, abultado su vientre, corta su estatura y obtusa su mente. No le faltaba ni un detalle, a la perla. Cierto es que no era verde, pero una enfermedad circulatoria le daba a su piel un tono rojo azulado igualmente antinatural. O eso o, como otro compañero apuntó, lo mismo es que entre los ogros también hay razas.
Así que vistas las opciones que me esperaban al otro lado de la puerta de Jefatura, os podéis imaginar el ánimo con el que golpeé la misma con los nudillos. Escuché un 'Adelante', abrí, y resultó que era mi día de suerte. Sentado al otro lado del escritorio estaba Joseba, un chavalote de un pueblo de la provincia de Vitoria que había cambiado los verdes montes por las achicharradas playas en busca del ascenso a Jefe de Centro. Por supuesto, no hace falta que os lo recuerde, estaba deseando consolidar niveles y largarse a su casa. Y por supuesto también, como Jefe de Centro novato, se esforzaba en hacer su trabajo lo mejor posible. Tanto, que en esos momentos era Jefe de Servicios en funciones.
- ¿Qué haces aquí?, solté a modo de saludo. Joseba levantó la cabeza de unos documentos.
- Pues ya ves. El Jefe dijo que esto estaba tranquilo, así que me dijo que me quedase yo aquí que él se iba a su casa a vigilar una reforma que está haciendo,- me explicó.
- Ah. Pues qué de puta madre, ¿no?.- Intenté ser sarcástico, pero Joseba eso del sarcasmo no lo pillaba a la primera, y se lo tomó literalmente.
- Pues sí, me cago en dios, porque al menos no le tengo por aquí dando por culo. Total, iba a tener que hacer su trabajo y el mío de todas formas.- Ahora que lo recuerdo, ni siquiera le pregunté quién estaba de servicio aquel día. Posiblemente Shrek, pero la verdad es que cualquiera de los titulares de la plaza era perfectamente capaz de aquel comportamiento.
- Bueno, ¿y que pasa?.- Me preguntó Joseba.
- Pues no sé. Tú me has hecho venir.- Joseba parecía confundido al principio, pero lentamente una luz se fue haciendo en su mirada.
- Ah, si. Toma,- me dijo, acercándome un par de folios unidos por una grapa - tus cacheos para el día de hoy.- Cada día se cacheaban una o dos celdas, por rutina. Cosas del Subdirector de Seguridad.
- Pues ya podías habérmelo traído tu hasta el módulo.- Protesté, sin muchas ganas. Joseba volvió a levantar la vista de sus papeles, y me mandó a la mierda. Me fui de vuelta al módulo, que tampoco es tan diferente.
Al acercarme a la cancela que daba acceso al módulo, algo raro me llamó la atención. Desde mi posición se podía ver parte de mi despacho, porque la puerta estaba abierta, y las sillas donde hasta hacía cinco minutos permanecían sentadas María del Mar y Flora estaban ahora vacías. No habían podido salir del módulo, porque yo había cerrado la puerta al salir. Y las opciones fuera de mi despacho no eran muchas, porque dudaba sinceramente que por propia iniciativa hubiesen decidido bajar las dos al patio a codearse con la población interna... Imaginándome ya situaciones alarmantes, busqué en mi manojo de llaves la que abría la puerta del departamento, y entré.
Las vi, a las dos, en cuanto asomé la cabeza por la puerta de mi oficina. Estaban de pie, ligeramente apoyadas una a cada lado de la ventana que permitía controlar el patio. Ellas no me vieron a mí, sin embargo, porque algo captaba poderosamente su atención. Los ojos de María del Mar brillaban, y Flora se mordía el labio inferior. Avancé un paso en silencio, estirando el cuello como una tortuga a punto de ganar una carrera por una cabeza de distancia, a ver si me enteraba de lo que estaba pasando.
En el patio, Anatoli había terminado sus sesión de pesas antes de tiempo, obligado por un sol de justicia, y se untaba el cuerpo con crema bronceadora. Luego, se remetió el tanga azul un poquito más, por imposible que pudiese parecer, y se dispuso a tumbarse en una toalla. Aquello empezaba a parecer una peli de gladiadores, y había por lo menos dos espectadoras disfrutando plenamente de la proyección. Decidí romper la magia.
- Chicas, ¿qué?. ¿A cómo está la carne en el mercado?.- Ambas dieron un respingo a la vez. Flora se echó a reír, un poco por nerviosismo. Maria del Mar, sin embargo, levantó la cabeza haciendo alarde de gran dignidad y, mientras se abrochaba el botón de la chaqueta, me espetó:
- Pues sí hombre, como que voy a estar yo mirando a los guarros estos. Como si no tuviera hombre de sobra en mi casa.- Y salió del módulo dando rápidos pasitos y levantando la nariz con aire ofendido.
Mudo por el asombro, me senté cuidadosamente en mi silla. A mi derecha, la risita nerviosa de Flora había desembocado en un torrente de carcajadas tras la airada respuesta de María del Mar.
Porque, no os lo había dicho, Maria del mar estaba casada con Shrek. Así, como lo oís. Nadie, ninguno de los que prestábamos servicio en aquel Centro Penitenciario lo entendíamos, porque no podía existir pareja más descompensada en lo físico o intelectual, o incluso en lo moral, que aquellos dos. Porque uno puede entender que dos personas se casen jóvenes y una envejezca peor que la otra, vale. Pero es que Shrek no era sólo feo físicamente. Era malvado y vil, y eso no es cosa de los años. Ese tipo había sido así siempre.
Y ella no necesitaba el sueldo de él para vivir, no había hijos de por medio (por suerte, volví a pensar) que justificasen que ella no lo abandonase. La mayoría habíamos concluido que, o bien ella negaba de alguna manera la realidad, o tenía uno o varios amantes, o bien sencillamente le gustaban los feos. Aunque acostarte con eso no es que te gusten los feos, seguí pensando. Eso es casi zoofilia.
El caso era que , tras comprobar por mí mismo cómo le brillaban los ojos mirando a Anatoli, y tras la airada respuesta que me había dado defendiendo a su marido, mis teorías se habían ido a pique. Mientras me encontraba yo ahí, en silencio, navegando en un mar de incertidumbre, el ataque de risa de Flora había ido remitiendo. Entre golpes de hipo, se secó las lágrimas con un pañuelo de papel y se dispuso a salir de mi despacho.
- No, yo tampoco le veo explicación.- Me dijo, a modo de despedida. Sus palabras me sacaron instantáneamente de mi estupor. Flora me había leído el pensamiento.
- ¿Como dices?.-
- Que yo tampoco entiendo qué le ve a ese tío- Me aclaró Flora, saliendo ya por la puerta. Finalmente, se me ocurrió algo que contestar.
- Debe tener una polla como un extintor.- Flora rompió a reír de nuevo.
- Ni aún así.- La oí decir mientras se alejaba.- Ni aún así...-
Enhorabuena compañero. Un amplio número de adjetivos calificativos para definir a un ser vivo.
ResponderEliminarConozco animales más humanos que ese ser...un ser sacado de una película medieval, en el papel de Amo de las Mazmorras, con una cachiporra.