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Same energy

 Jaime y Jorge esperan en el coche, a la puerta del Centro Penitenciario.  Juan tarda en salir. Como todos los Centros Penitenciarios relativamente nuevos, lo edificaron en el quinto pino. Donde no haya vecinos que se opongan a la construcción del mismo, y donde además el terreno es barato. Todo ventajas. Menos para los funcionarios, claro. El trayecto es largo, la gasolina es cara, y se impone compartir coche. Inconveniente: Sólo te vas cuando sale el último, y siempre se retrasa alguien. Hoy, Juan. Más de veinte minutos.  Finalmente lo ven cruzar la pasarela de salida. Dos minutos más tarde, entra en el asiento trasero del coche.  - Bueno, ya estamos los tres...- anuncia Jaime, como si hiciera falta.  La mirada de Juan le atraviesa la cabeza hasta fijarse en un punto imaginario, muy alejado de su cogote. Iba a hacer el chiste, 'los tres sobrinitos', pero se calló a tiempo. A Juan no le hacía ni puta gracia. Jorge arrancó por fin.   - ¿Que pasó?- Preguntó por fin el conductor.

Quantum of Solace

 Esos momentos que te da este trabajo.  Esos momentos, como cuando llevas toda la mañana con la porra metida en la parte de atrás del cinto, como ShonGoku su bastón.  Cuando ya te has olvidado que está ahí, porque ya casi forma de tu cuerpo. Cuando, después de cuatro horas sin parar de correr de un módulo a otro, por fin te dejas caer de golpe en la primera silla que encuentras.  Cuando de repente recuerdas que la porra sigue ahí, y la sientes deslizarse marcando las crestas de cada una de tus vértebras. Y te pones rigido, como un acto reflejo, mientras tu columna cruje y adopta, bajo la guía inflexible de la porra, una posición perfectamente recta. Esos momentos, amig@s, no te los proporciona ni el mejor osteópata.

El hombre del norte.

 Pues aquí estoy, de vuelta en la cabina del funcionario. Había salido un momento a ver como cae la lluvia (y qué manera de caer, señores. Noé estaba ya a punto de levar anclas) cuando un gitano ha aprovechado para pedirme que lo borre de la lista de asistencia al culto evangélico. Antes de que me diese tiempo a preguntar por qué (tampoco iba a hacerlo, me da bastante igual) me ha comunicado que había decidido abrazar la religión vikinga.  He acertado a felicitarle por su decisión porque, estando lejos de su esposa, me parecía lo más coherente. No ha entendido por qué se lo he dicho. Mejor para todos. A ver si me entero de qué va eso de la religión vikinga.