Narco VII
Las siguientes horas fueron para Jaramillo un torbellino de experiencias. Intentó pasar desapercibido en el patio, pero lo cierto es que en cuanto salió de los lavabos, un par de funcionarios que paseaban a su espalda lo llamaron. Jaramillo se preguntó en su interior qué lo habría delatado, como un adolescente que llega a casa borracho e intenta sin éxito engañar a su madre manteniéndose tieso y poniendo cara de póquer. Y lo habían descubierto, en realidad, por el mismo motivo: Aunque no se daba cuenta, caminaba haciendo eses. Los funcionarios lo volvieron a llamar. A regañadientes, y con la ligereza de una noria oxidada, Jaramillo se giró. Pudo ver los ojos de los funcionarios abrirse de par en par al unísono con sus bocas, y correr hacia él para sujetarlo por los brazos y llevarlo casi en volandas a la enfermería de la prisión. Luego se enteró de que, al ver en un primer momento cómo se tambaleaba, y después su camisa empapada en sangre, habían creído que lo habían apuñalado.