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Mostrando entradas de mayo, 2018

Tráfico interno IV

La puerta de la Jefatura de Servicios estaba abierta, así que entré sin llamar. Sentado en su despacho, Jorge almorzaba un sandwich de pavo. Saqué el vibrador de la bolsa en la que había tenido la precaución de esconderlo, y lo posé ante él, en su mesa. Vertical y magnífico, erguido sobre su base.  Jorge abrió un poco los ojos, en un gesto de contenida sorpresa, y me miró en silencio, mientras daba un bocado a su almuerzo y comenzaba a masticar. - ¿Que hacemos con ésto, Jefe?.- Pregunté directamente. Jorge siguió masticando despacio, mientras observaba la 'herramienta' con aire pensativo. Finalmente, tragó el bocado de pan y pavo. - Nada, espero. Al menos así en frío. Pero si empiezas con un besito...- Y me miró burlón. No pude evitar reírme. La verdad es que mi pregunta no había sido la más adecuada. Moví una de las sillas del despacho y me senté ante él. - Bueno, lo que quería preguntarte es si esto es un objeto prohibido.- Jorge posó su sándwich sobre una servilleta

Tráfico interno III

  Serafín, el funcionario encargado de los ingresos, recibió a Rubirrosa en cuanto éste cruzó la puerta de entrada de la prisión. Siguiendo en procedimiento habitual, le tomó las huellas con el fin de identificarlo, y le solicitó que dejase todos los objetos prohibidos en el interior del Centro (móvil, dinero, joyas, pero también su documentación y sus llaves) en un sobre grande que se encargó de guardar. Después, lo hizo pasar a una habitación reservada, donde lo sometió a un cacheo con desnudo integral que, como era de esperar, no arrojó resultado alguno. Y, por último, lo acompañó hasta la 'culera', situada en el módulo de aislamiento de la prisión. Allí, puso a Rubirrosa bajo la tutela de Alejandro, el funcionario responsable del departamento aquel día, y regresó al departamento de ingresos.  Para entonces, Vanessa y yo ya nos habíamos puesto manos a la obra con el cacheo.  Rubirrosa había regresado de permiso con dos bultos. Uno era una pequeña mochila, que entregué a

Tráfico Interno II

   Y Montenegro, aquel domingo, poco después del desayuno, cantó. No nos contó toda la historia, claro, porque en aquel momento nosotros ignorábamos que él era el segundo en discordia, y que lo que pretendía era deshacerse de su rival. Montenegro nos contó una historia en la que había, como en todas las buenas historias, un poco de verdad y un poco de mentira.   La mentira era que nos contaba ésto porque no quería que, en un cacheo de la celda que compartía con Rubirrosa, nos encontrásemos con un alijo y tuviera que comerse el marrón él. Y las verdades, que Rubirrosa iba a pasar material. Que había escogido regresar de permiso un domingo de manera intencionada, y no cualquier domingo, sino ese domingo en concreto.  Porque ese domingo, nos aclaró Montenegro, en la capital, que estaba a menos de una hora en coche, había un partido de fútbol de esos de máximo riesgo. Y Rubirrosa (y Montenegro, y cualquier interno en el Centro Penitenciario capaz de distinguir su culo de un vespino) s

Tráfico interno

  Aquel domingo, porque era un domingo, y eso es importante, porque si no hubiera sido un domingo nos hubiéramos ahorrado todo lo que pasó después, me tocó cachear. Me acompañó Vanessa, y no porque realmente hubiese mucho que cachear, sino porque Vanessa era una joven funcionaria en prácticas y Jorge, el jefe de Servicios de guardia aquel domingo, decidió que era un buen momento para que un veterano como era yo le enseñase los dos o tres trucos del oficio. Los que que diferencian un cacheo competente de simplemente alborotar un petate. Porque era domingo, entre otras cosas, y había poco trabajo en la prisión y el Jefe podía permitirse el lujo de poner a dos funcionarios a hacer el trabajo de uno sólo.   Y realmente no había mucho que cachear, pero era importante hacerlo, y hacerlo bien. O al menos que pareciese que lo habíamos hecho bien. Aquel domingo sólo regresaba un interno de permiso, porque los internos intentan conseguir que sus permisos acaben los lunes para disfrutar así d