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Mostrando entradas de marzo, 2018

Narco XIII

  Jaramillo pasó casi toda la noche sin dormir, entregado a su misión. Rasgó un par de sábanas en tiras finas, sin que el ruido que produjo pareciese importunar en la más mínimo a su hierático compañero de celda.   El Mahou permaneció sentado al borde de su cama, en lo que era su posición de día, hasta la una de la madrugada aproximadamente. A esa hora, Jaramillo se tomó una pausa para ir al servicio, y al volver se lo encontró ya tumbado en la cama y con los ojos abiertos. Su posición de noche.  Una vez hubo rasgado las sábanas en tilas longitudinales de unos cinco centímetros de ancho, procedió a trenzarlas. Había aprendido a hacerlo peinando a su novia en Cali, Martiza... Que posiblemente ya no lo sería, después de tanto tiempo sin saber de él, pensó, y se sorprendió de no albergar ningún tipo de sentimiento ante la idea. Ni tristeza, ni dolor. La cárcel y sus peligros ocupaban su mente por completo desde hacía semanas, y Jaramillo notó que, poco a poco, el talego se estaba int

Narco XII

  Los siguientes días pasaron rápido. Huérfano ya de toda esperanza, Jaramillo seguía la rutina de los horarios penitenciarios con la vivacidad y el entusiasmo de un zombi. Gerardo, el ordenanza, lo acogió bajo su ala y procuraba encargarle pequeñas tareas para tenerlo entretenido, y poco a poco le fue cogiendo hasta un poco de cariño.    Jaramillo no era el típico interno de la enfermería, ocupada habitualmente por drogadictos de largo recorrido y enfermos más o menos terminales. Internos que se mantienen con vida gracias a la vigilancia constante de los profesionales de la sanidad penitenciaria y que a menudo mueren a los pocos días de ser puestos en libertad, cuando ya no tienen a alguien pendiente de su medicación veinticuatro horas al día.  Jaramillo no tenía adicciones. Y aunque una ligera depresión que le hacía arrastrar un poco los pies y ralentizaba su mente  le hacía parecer un poco más tonto de lo que era en realidad, era un tipo trabajador. Al cabo de una semana, la compa

Narco XI

 A la mañana siguiente, poco antes de las siete y media, el funcionario entrante de servicio pasó el recuento de diana. Jaramillo lo escuchó mucho antes de que abriese su celda, antes incluso de que sonase la sirena que despertaba a todo el mundo a las siete y veinte, porque la verdad es que había pasado la noche casi sin pegar ojo. Como todas las noches, recordó, desde que lo habían detenido aquel día en Barajas, hacía un siglo ya.  Primero escuchó unos pasos, amortiguados por la distancia, seguidos del tintinear de un manojo de llaves. Después, el girar de un cerrojo, el que abría la cancela enrejada de acceso a la galería de enfermería. Y finalmente, el chasquido metálico de los engranajes retorciéndose en las antiguas cerraduras de cada celda, seguido del golpe metálico del cerrojo al ser descorrido de un violento tirón.   Jaramillo los contó, no tanto por aburrimiento como porque, en el fondo, era imposible no hacerlo. Uno, dos, tres... Hasta seis, como seis eran las celdas del